Por estos días, es fácil chocar con las ojeras en Matanzas. Frente a los altos números que la pandemia emplea para estremecer, existen personas, muchas, que han asumido la nobilísima arma del trabajo, de forma tal, que han distorsionado por completo sus márgenes habituales.
El trabajo, acá, desborda horarios preestablecidos, no se ciñe a espacios…“Solo trabajo y ojeras, ojeras y trabajo; lo demás que espere”, gritan los tiempos.
De trabajo y ojeras bien conocen estos tres hombres que tengo en frente, sentados en círculo sobre pequeñísimas sillas giratorias, con la espalda medio doblada e inclinado el torso, que es como la gente noble se joroba cuando va a conversar. Es martes, 13 de julio.
Francisco Raúl Guisado Salgado, Jorge Luis Jorrín Coz y Reinier Donato no son ni altos funcionarios, ni enfermeros, ni médicos, ni políticos… pero han venido a Matanzas a jugársela.
¡Pertenecemos al departamento de equipos médicos del Centro de Neurociencias de Cuba (CNEURO), y esta es la tarea que tenemos: ensamblar y calibrar por todo el país y en todas las instituciones, ya sean hospitales tradicionales o de campaña, los ventiladores pulmonares (PCUVENTE/NV1.0) que la ciencia cubana ha desarrollado con tecnología propia!, se presentan.
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“Cuando surgió el tema de la pandemia –dice Francisco–, nuestro país carecía de ventiladores pulmonares y, como estamos bloqueados, era muy difícil su compra. Con las prestaciones que tienen estos equipos, resultan sumamente caros en el mercado internacional. Entonces, el CNEURO se dio a la tarea de desarrollarlos”.
El financiamiento fue gestionado por el “Movimiento por la Paz MPDL”, directamente relacionado con la Unión Europea. Desde Cuba, apoyaron entidades como el Gobierno Provincial de La Habana, la Sociedad Cubana de Bioingeniería y la Sociedad Cubana de Higiene y Epidemiología.
“Con este presupuesto extranjero al que también aportaron cubanos en el exterior –prosigue Francisco–, no solo se logró producir los ventiladores, sino que se compraron todos los insumos que hacían falta para desarrollarlos. A su vez, permitió instalar en las áreas de nuerociencia una fábrica de insumos médicos que está compuesta por la planta de hisopos y la de mascarillas.
“Pero ese presupuesto también ha dado para desarrollar otro proyecto, igualmente llevado por el Centro de Neurociencias de Cuba, que es un ventilador con otras prestaciones, diferente a este, pero también salido de ese dinero”.
La soberanía…
“Lógicamente, hay cosas que tenemos que importar –recalca Francisco–, pero hay muchos de esos componentes que son comerciales y puedes comprarlos a través de otros países. Nosotros tenemos el poder de lograr un ventilador cubano con un desarrollo de software y de hardware nuestro; ahí está nuestra soberanía tecnológica.
“Si compramos un ventilador de altas prestaciones, incluso de países amigos como China o Rusia, tendrían que venir esos compañeros a instalarlo o alguien de nosotros que ir a esos países a recibir una capacitación”.
Para Jorrín, se trata de algo sumamente ventajoso, porque “siempre que tú despliegas una tecnología, en este caso médica, es muy importante garantizar luego el soporte técnico. Puedes comprar un equipo muy novedoso que haga de todo, pero después, cuando falle, ¿quién lo soluciona?, ¿dónde están las piezas de repuesto?
“Muchas de las piezas del nuevo ventilador son producidas en impresión 3D, con máquinas que tenemos en la empresa, por lo que estas partes del equipo son sustituibles directamente por nosotros. Para las que no, se está garantizando tener un set de repuesto.
“El mueble del equipo lo produce la industria militar cubana: la empresa militar Grito de Baire produce la parte mecánica, mientras que la Francisco Cruz Bouzá nos diseñó la placa. El diseño electrónico y el montaje de los componentes electrónicos corrieron por nosotros”.
En qué consiste el ventilador
“Técnicamente –explica Jorrín–, lo que se hizo fue automatizar lo que es un ventilador de tipo mecánico volumétrico. Se nutre de una fuente de oxígeno externa que pasa a través de un reservorio, directamente relacionado con unas paletas mecánicas. A su vez, estas son controladas por una tarjeta de control y una serie de componentes electrónicos.
“O sea, se acciona un motor, se controla electrónicamente y se puede automatizar con exactitud la frecuencia y el volumen de oxígeno que se suministrará. El oxígeno llega al paciente a través de un circuito que tiene varios sensores”.
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Cuenta Francisco que cuando te dan la misión, a veces uno no piensa en lo que viene atrás y dice: “no… la misión es esta, pues p’allá vamos”. Ya después se conversa con la familia e interiorizamos el peligro que corremos –porque hemos estado incluso en zona roja.
“Nos cuidamos –explica–, nos ponemos batas, caretas, doble nasobuco, guantes en algunos casos, porque hay veces que, para trabajar con esto, no podemos usar guantes, porque el metal los rompe. Hay que proteger después a la familia; cada uno llega a La Habana hay que tener un cierto nivel de aislamiento y tenemos que hacernos PCR.
“Pero uno piensa esas cosas después; la misión fundamental es ir para Matanzas, dar el pie al frente, instalar los ventiladores y ayudar a resolver la situación que tienen acá. Yo vivo con mi esposa. Ella es consciente de eso”, comenta.
“A ver –interviene Jorrín–, desde que tú entras a trabajar en el departamento de Equipos Médicos del CNEURO, lo primero que te dicen es que si vas a entrar aquí tienes que estar dispuesto a, en el momento que se te pida, salir, así sea de un día para otro.
“De hecho, para esta misión querían que viniéramos para acá el mismo día. Yo llegué al trabajo el viernes por la mañana y me espetaron: “te vas para Matanzas a instalar ventiladores que ahora mismo llamaron y hace falta”.
“En mi caso particular, tengo dos niños pequeños: una niña de dos años y un varón de cinco: Fabián Luis y Briatny. En el momento que me dijeron eso, yo sí lo pensé, porque ya sabía de la situación de la Covid-19 por aquí. Yo estoy vacunado, tengo las tres dosis, pero bueno, uno siempre piensa también en la familia. Y me preocupé realmente por el tema.
“Y nada. Al final, del departamento nuestro somos como los especialistas en la instalación de estos equipos en La Habana y hacía falta que fuéramos nosotros los que viniéramos. Pero yo por lo menos sí sentí un poco de miedo, por mi familia más bien, pero bueno, el país lo necesita y hay que sacrificarse. La empresa nos dio todos los medios para protegernos y aquí también nos han apoyado con eso”.
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“Yo vivo con mi familia: mi mamá, mi papá, mi hermano; mi hija no, ella vive en otro lado, en otra provincia, –explica Reinier. Pero es duro; mi mamá es mayor y cuando vaya para la casa tengo que aislarme, porque ella no está vacunada.
“Todo fue rápido, no se pudo ni pensar nada. El jefe nos dijo: “llamen a la casa y preparen un poco de ropa para que, cuando pasemos por ahí, solo sea recogerla”. Si mañana tenemos que ir para otra provincia, pues para otra provincia, no hay problemas con nosotros en ese sentido, la cosa es que todo el mundo tenga el ventilador disponible para los pacientes.
“Matanzas ¬–irrumpe Francisco– es un territorio con grandes extensiones; solamente ayer estuvimos en Sucre y Colón. Ayer terminamos de trabajar en un ventilador… y 80 kilómetros para acá; llega aquí y hubo que buscar fuerzas y energías para seguir, de ahí fuimos para la Universidad y luego para los Camilitos. Después para el hotel.
“El sábado fue igual –asegura Jorrín–, terminamos de noche, nueve y pico. El domingo… habíamos acabado ya, retornamos al hotel para descansar un poco, pero nos llamaron… Ya estábamos bañados, acomodados y nos dijeron: “Oye, llegaron dos ventiladores nuevos que hay que instalar aquí en el hotel Playa Caleta, vamos, vengan p’acá”. Esto es en pie de guerra. Terminamos, ahora regresamos a La Habana».
“Pero vuelvo y te repito –dice Reinier–, si traen más equipos, venimos para acá”.
Vamos saliendo del local y brotan chistes sobre posibles llamadas a última hora que implique un día más de estancia.
“¿Tú estás loco? –dice Francisco– mi mujer me mata. Hoy es su cumpleaños”.