Cuando en la mayor de las Antillas se habla de costumbres o tradiciones, son varios los caminos que llevan a mencionar las fiestas, la música, comidas, comportamiento cívico y otros aspectos antropológicos que distinguen a la sociedad cubana.Todos moldeados en un proceso de transformación cultural dando como resultado nuestra identidad única en su diversidad.
Una mirada al café y su consumo es uno de esos senderos que- según los historiadores- tiene su origen en 1748 cuando el comerciante habanero José Antonio Gelabert introdujo la planta e inició su cultivo cerca de la villa de San Cristóbal, para luego llegar a regiones montañosas y húmedas, condiciones ideales para su desarrollo.
A pesar de provenir de otras tierras abrazó la criollez de esta Isla, creando un estrecho lazo que culturalmente continúa ligado a nuestras raíces y al progreso económico que, en su momento, trajo el comercio de esclavos como fuerza de trabajo en las plantaciones del grano.
Con el tiempo su producción y consumo se diversificó en cada grupo y clase social, para convertirse en actividad que se repite y se comparte con otras personas.
Y es que la preferencia por el néctar negro se ha extendido con tan buen ritmo que para muchos exhibe carácter simbólico pues les resulta imprescindible beberlo antes de comenzar el día, deviene en intensivo de su jornada laboral.
Además es reconocida por especialistas como una de las bebidas sin alcohol más socializadoras: no puede faltar al inicio de conversaciones o reuniones.
Las diferentes maneras de prepararse y el sabor que tanto seduce son pruebas de una práctica del pasado perpetuada a través de la recreación colectiva.
No son pocos los aportes en su elaboración, sobre todo de los campos cubanos, donde los mambises lo endulzaban con miel de abejas. Igualmente existe la opinión que se debe tener buena mano para lograr el sabor deseado y hay quienes tienen el toque para agregarle azúcar en el momento justo y saborearlo más o menos dulce o amargo, y los que prefieren disfrutarlo con su poquito de ron....en fin, hay para escoger.
La implicación social del café cuenta con tal reconocimiento y aceptación que su distribución y comercialización constituyen actividades de nivel global que han influido en diversas culturas, así como en los individuos, llegando a la especialización en casas gourmets con ofertas exclusivas de calidad.
Los adelantos tecnológicos han contribuido a consolidarlo como un producto altamente cotizado, al cual también se puede acceder en establecimientos donde se vive la experiencia de disfrutarlo en disímiles formas: con leche, crema, chocolate y especias.
Dada su notoriedad se hace acompañar de confituras, y el extracto es utilizado como ingrediente en la repostería, helados y en el arte del latte (Latte Art) o café con leche, técnica no solo para el deleite visual sino también para el paladar.
Aunque cuenta con la aprobación de la mayoría, algunos tildan de vicio su consumo excesivo. Estudios plantean que debido a la alta concentración de cafeína puede provocar insomnio e irritar el sistema digestivo, además de provocar taquicardias y elevar el colesterol.
Sin embargo, a pesar de cualquier mito o planteamiento negativo sobre la sabrosa infusión, sus fieles dan fe de las propiedades estimulantes y relajantes para las cefaleas, de igual manera se refieren a la atracción que despierta su fuerte aroma durante el tostado del grano y el proceso de colada.
De atrayente resulta la bebida espirituosa de la cual los nacionales afirman que quien no la tome entonces no es cubano. La textura y cuerpo que se le atribuye define su carácter misterioso pues también resulta utilizada en festejos y ofrendas.
El andar del café por la historia comenzó hace unos 200 años y continúa en Cuba como tradición fuerte, dulce, viva a través de la oralidad y la escritura trazando esa ruta cafetalera de historia, patrimonio e identidad reflejada en las ruinas de cafetales franceses del siglo XIX, que en la actualidad se divulga, estudia y despierta el interés tanto del público nacional como del foráneo.
No en balde poetas y músicos del patio sabedores de esa trascendencia se han rendido ante su influjo y lo poseen como fuente de inspiración.
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Nicolás Guillén lo menciona en su nostálgico poema Canción carioca; Ignacio Villa "Bola de Nieve" en su cantar Ay Mamá Inés; y en La vida del estanciero, versos del cubano Francisco Poveda Armenteros, son algunos ejemplos que ilustran el tributo al café.
José Martí tampoco pudo escapar a su influjo y de manera inteligente, con su estilo, en varias misivas expresó sus impresiones. En una de ellas escribió: “…me enardece y alegra, fuego suave, sin llama ni ardor, aviva y acelera toda la ágil sangre de mis venas”.