La viva estampa de Eusebio Leal Spengler camina entre los cubanos con su andar vivo de hacedor incansable, apegado a la Bahía de Carenas que tanto amó, a tres años de su fallecimiento a causa de una enfermedad, a los 77 años, el 31 de julio de 2020.
Ante todo Historiador con mayúsculas de la ciudad que lo vio nacer el 11 de septiembre de 1942; más de mil títulos pudieran adjudicársele a ese hombre sabio, humanista, político, trabajador incansable y perfeccionista, y revolucionario que fue.
Pero casi todo el mundo prefiere mirarlo en su obra gigante innegable, a la vista de sus compatriotas.
Se hizo hombre partiendo de una cuna muy humilde, gracias al sostén y enseñanzas de una madre amorosa, muy importante en su vida.
Quien brillara como intelectual, político, ensayista e investigador, llegó también a ser Doctor en Ciencias Históricas de la Universidad de La Habana, Máster en Estudios sobre América Latina, el Caribe y Cuba, y especialista en Ciencias Arqueológicas y; así como Presidente de Honor del Comité Nacional Cubano del Consejo Internacional de Museos (Icom, siglas en inglés) y del Comité Cubano del Consejo Internacional de Museos y Sitios (Icomos) y de la Sociedad Civil Patrimonio, Comunidad y Medio Ambiente.
Solo añadiremos dos acreditaciones más, de una lista que sería abrumadora, para reafirmar la valía de sus méritos dentro de su Patria: el Título de Profesor de Mérito de la Universidad de La Habana y el de Presidente de la Red de Oficinas del Historiador y Conservador de las Ciudades Patrimoniales de Cuba.
Fuera de la nación también es enorme el aval de premios, condecoraciones, otorgamientos de la condición de Doctor Honoris Causa y más, que recibió en nombre de instituciones científicas, historiadores, líderes políticos y de gobiernos, y universidades de cuantiosas naciones de varios continentes.
Una persona así pudiera haber cedido a la tentación de recluirse en claustros selectos o parnasos académicos. No era tal nuestro erudito Eusebio Leal Spengler, de sabiduría y calificación fuera de duda, y al mismo tiempo ciudadano trabajador sencillo, recto, animado desde temprano por una vocación de servicio surgida de su formación y los principios.
Gracias a ello, regaló a sus compatriotas el empuje y la creatividad de la obra que hizo renacer el Centro Histórico de La Habana, uno de los más importantes de América, desde sus cenizas y de la desidia.
Se forjó a sí mismo con denuedo, no solo a la vera materna, sino también a la de otro sabio cubano legendario, Emilio Roig, quien lo antecedería también con letras de oro en el cargo de Historiador de La Habana.
Tras el triunfo de la Revolución, el joven apasionado encontró oídos receptivos en personas que como él coincidían en la fe por el mejoramiento humano y realizaban acciones concretas para lograrlo, dentro de la máxima dirigencia de la nación. En buena medida esa fue una gran fortuna.
Casi todo el mundo sabe que no fue un trayecto expedito el que tuvo que hacer, más bien un trabajo colosal, que puso a prueba y desarrolló sus múltiples talentos.
Desde 1959 laboraba, a los 16 años, de forma autodidacta en la Administración Metropolitana de La Habana, lo cual le propició alcanzar el sexto grado. Como otros jóvenes interesados por la Historia, repetimos, fue acogido por Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964).
Ya con el cargo de director del Museo de la Ciudad de La Habana, en 1967 mostraba los avances ganados como buen discípulo de su maestro.
Cursó la carrera de Licenciatura en Historia en la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana, oportunidad ganada por Decreto Rectoral a partir de 1974 y luego hizo posgrados en restauración del Centro Histórico, por beca conferida por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia.
Su sed de conocimientos era enorme y su imaginación fértil. Parecía construir castillos en el aire.
Alguien que lo oyera hablar por vez primera podría pensar que era el típico soñador eufórico y entusiasta que no pasaba del verbo. La vida enseñó a quienes lo conocieron que nunca concibió delirios, sino proyectos realizables, aunque hubiera que reconstruir muros gruesos y derribar grandes obstáculos para lograrlo. Y supo concretar gran parte de sus proyectos.
Para ello fue forjador de excelentes equipos de trabajadores en el Museo de la Ciudad y cuando se hizo cargo de la Oficina del Historiador, para asumir importantes empeños, del cual fue el primero la restauración del Palacio de los Capitanes Generales, antigua Casa de Gobierno, hoy sede del Museo de la Ciudad de La Habana, concluido 1979.
En 1981, ya responsabilizado con las obras de restauración del citadino Centro Histórico, con tareas enormes como la recuperación de la Fortaleza San Carlos de La Cabaña y, más tarde, del Castillo de los Tres Reyes de El Morro, se perfilaban las condiciones para que la Unesco declarara en 1982 el título de Patrimonio de la Humanidad dado de conjunto a esos dominios, algo que engrandeció y llenó de orgullo a La Habana.
Otro proyecto sobresaliente comenzó a partir del año 2010, cuando su Oficina se responsabilizó con la restauración general del majestuoso Capitolio Nacional de Cuba, inaugurado en 1929.
Fue un programa en el que dirigió a un equipo consagrado y competente, con ayuda de especialistas y recursos de Rusia y otras partes del orbe, y que estuvo a punto, felizmente, para los festejos del aniversario 500 de la capital del país, celebrado con esplendor el 16 de noviembre de 2019.
En esas fechas, ya muy enfermo, se vio a Leal todo espíritu y entusiasmo, disfrutar del logro de tan hermosa obra, que también era resultado del esfuerzo de muchos cubanos sabiamente convocados y dirigidos.
El también miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua, en el año del medio milenio de la capital mereció la entrada a la Academia de las Artes y las Ciencias de Estados Unidos, como miembro pleno, entregada por mediación del embajador cubano en ese país.
Ese hombre de cultura universal, afincado hondamente en toda la historia de Cuba y de su ciudad natal, y en un medular patriotismo, tuvo entre sus apreciados empeños la investigación acuciosa, reverente y honda, de la vida del Padre de la Patria, el patricio bayamés Carlos Manuel de Céspedes, iniciador de las gestas de independencia y que cayera en combate solitario, víctima de la traición y la injusticia.
Sirva ese recuerdo para reafirmar la evidencia de la grandeza de su alma. Hasta las piedras lo recordarán, comentó la poetisa Fina García Marruz, tal vez con otras palabras, en una imagen con ese mensaje. Las piedras y los cubanos, Don Eusebio Leal, no lo olvidarán.
Lea aquí: Pinar del Río, realidades de una "Cenicienta" antes de 1959
Su trayectoria política situó en un lugar inequívoco a este cubano que parecía no tener barreras para comunicarse y entablar las más cordiales relaciones con medio mundo. Fue Miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba desde el IV Congreso y Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular desde la cuarta (1993) hasta la novena (2018) Legislaturas.
Las cenizas de Leal reposan en el Jardín Madre Teresa de Calcuta, al fondo de la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, tras haberse realizado la Despedida de Duelo Oficial con la presencia de dirigentes de la nación. (Marta Gómez Ferrals, ACN)