Hace un par de décadas, un pequeño grupo de cantores e intelectuales especialistas en la obra martiana nos fuimos a un encuentro teórico en la ciudad de Bayamo, en el Oriente de Cuba, entre ellos estaba Sara González y la cantautora y maestra de generaciones Teresita Fernández. De más está decir que amo a Bayamo, a su gente y su cultura y me entusiasmó la invitación que me hicieron.
En principio cantaríamos dos canciones con versos del Apóstol el día del acto de inauguración y punto. El fuerte no era el canto sino el coloquio y la disertación de los expertos, pero a alguien se le ocurrió la brillante idea de que ya que estábamos allí ofreciéramos un concierto para los bayameses.
Como las autoridades culturales de la provincia no tuvieron tiempo de anunciarnos el teatro estaba semivacío y cuando estábamos a minutos de suspender la función, un “promotor cultural” dijo con suficiencia: ¡Déjenme eso de llenar el teatro a mí! Y se fue a una explanada cercana donde vendían cervezas a granel en una pipa y reclutó, "pergas" de cerveza incluidas, al grupo de borrachines que allí se encontraban. Llenaron el teatro de un etílico hedor y un atronador ruido. El improvisado conductor me presentó justo a las nueve de la noche. Yo aparecí en el escenario con mi guitarrita y entoné Carmen, un hermoso texto de Martí dedicado a Carmen Zayas Bazán, entonces, tímidos primeros y desinhibidos después, comenzaron los silbidos y abucheos. Debí haberme puesto colérico y desaparecer, pero me dio por sonreír y continuar cantando, ahí fue donde los silbidos se convirtieron en escándalo colectivo y las cervezas empezaron a caer en el escenario, yo las esquivaba como podía y cantaba, cantaba y cantaba un tema tras otro. Mi esposa Petí y una antigua amiga trataban de sacar a los peores jalándolos del brazo, alguien llamaba a gritos a la policía, mientras yo permanecía imperturbable como si nada de aquello estuviera ocurriendo. De pronto decidí decir algunas palabras: ¡Bayamo, heroica ciudad, cuna de nuestro Himno Nacional! Ahí, con cierto respeto, los chiflidos comenzaron a apagarse hasta extinguirse totalmente. Continué: ¡Tierra natal del gran Pablo Milanés, lugar donde Carlos Manuel de Céspedes juró lealtad a Cuba entrando en la iglesia bajo un manto púrpura, tierra de hermosa flora!..., pero no me pude contener y agregué: ¡No sabía sin embargo que aquí, en esta sagrada tierra existían tantas aves! El público enloqueció, me gritaban: ¡Fuera! ¡Más gallina serás tú! ¡Feo! ¡Maricón! ¡Comemierda, quién te crees tú que eres!, así todo seguí cantando mi último tema. Antes de despedirme, en medio de una rechifla que aún me hace pestañar les dije con solemnidad: ¡Volveré, pero no a cantar, sino a llevar a efecto la tercera quema de Bayamo! Muchas gracias. El teatro rugió. El "elemento" se revolvió y empezaron a patear las butacas, todo parecía derrumbarse detrás de mí que ya llegaba a las bambalinas con un ataque de risa incontrolable.
Solo Teresita Fernández, que cantó después, con ese talento innato que tenía para dominar multitudes, evitó que aquel reguero de cervezas se convirtiera en un mar de sangre; en el caso que nos ocupa, la mía.
PD: Será bueno aclarar que luego de esa experiencia he estado muchas veces en Bayamo y he recibido allí todo el cariño que los bayameses prodigan a manos llenas.