El Ballet Nacional de Cuba, la compañía que fundaron Alicia, Alberto y Fernando Alonso, celebrará este 28 de octubre su aniversario 75. Y CubaSí inicia hoy una serie de materiales sobre la historia, la contemporaneidad y los desafíos de la gran agrupación cubana.
Y en la primera de las entregas, más que del pasado, hablaremos del futuro.
Tradición y contemporaneidad: esa es la apuesta decidida de la agrupación que dirige ahora la primera bailarina Viengsay Valdés. Ciertamente, es un desafío permanente.
Convocar a reconocidos coreógrafos del panorama internacional; ampliar el espectro temático, estilístico y conceptual; propiciar el intercambio con otras escuelas y otras maneras de entender y asumir la danza… han sido prácticas de las más recientes temporadas y procesos creativos. Todo sin descuidar el gran legado de los maestros fundadores.
El Ballet Nacional de Cuba puede (y debe) seguir siendo referente internacional en la interpretación de los grandes clásicos del repertorio decimonónico. Y en ese sentido es preciso trabajar intensamente con los bailarines emergentes, con las más jóvenes promociones de la Escuela Nacional de Ballet, teniendo en cuenta los desafíos de la renovación permanente de los elencos.
Hay que insistir en el dominio de los estilos, en la evolución creativa de la técnica —con la escuela cubana de base—, en la proyección escénica de los intérpretes.
Pero más allá de esa responsabilidad histórica, la emblemática compañía puede (y debe) ampliar mucho más sus horizontes, insertarse coherentemente en las más actuales dinámicas coreográficas e interpretativas.
En el ballet, en la danza toda, hay bastante por hacer todavía. Y ese diálogo dialéctico con el mundo puede significar un estímulo para los bailarines, para potenciales coreógrafos, para los maestros… y para el público.
Por otra parte, hay en el repertorio histórico obras que hace tiempo no se escenifican y que merecerían regresar a la programación por sus valores y su trascendencia para la historia de la danza en el país.
Por no ir tan lejos: ahí están algunas de las creaciones de Alberto Méndez, Gustavo Herrera e Iván Tenorio, auténticos clásicos. Y a eso habría que sumar el compromiso con las grandes producciones de toda la vida, que han distinguido al Ballet Nacional de Cuba en el panorama escénico del continente.
Este año, por ejemplo, se cumple también el aniversario 80 del debut de Alicia Alonso en uno de los personajes que marcaron su extraordinario itinerario artístico: Giselle. La versión de Alicia de este título imprescindible es una de las joyas del BNC; deviene caballo de batalla.
Y obviamente, cada clásico decimonónico plantea retos para el elenco y sus ensayadores, que van más allá de las meras demandas técnicas. La preservación de un estilo, que ha asumido las peculiaridades de la escuela cubana de ballet, resulta un empeño titánico en tiempos de renovaciones súbitas y extemporáneas del cuerpo de baile.
Con todo hay que lidiar. Y tampoco se puede olvidar la necesidad de ofrecer espacios a coreógrafos emergentes, incluso a aquellos que exploren caminos de decidida experimentación.
La buena noticia es que el Ballet Nacional de Cuba no deja de trabajar: es la compañía que programa más temporadas en el año, y la variedad estilística es evidente. El 28 de octubre, cuando celebre su cumpleaños 75, recibirá con toda certeza el homenaje del público y las instituciones de la cultura. Pero la fiesta mayor de la danza es la danza misma. Y el ballet precisa entusiasmo y compromiso todos los días.