Corina Mestre era una actriz de extraordinario talento, una y otra vez demostrado en el teatro, el cine y la televisión. Pero su pasión primera, confesada varias veces, era el magisterio. Para ella pasión implicaba también empeño. No sabía, no podía, no quería quedarse con los brazos cruzados. Y libraba batallas difíciles con un entusiasmo que contagiaba. En la Escuela Nacional de Teatro y en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba asumió responsabilidades desde la consagración, la valentía, la ética y la capacidad. La formación de las nuevas generaciones era su prioridad.
A Corina Mestre no le gustaba conceder entrevistas de personalidad, pero en 2022, cuando recibió el Premio Nacional de Teatro, accedió a conversar con este redactor.
«Estoy convencida de que vamos a tener un mundo mejor. Y mientras mejor formemos a los profesionales hoy, mejor será ese futuro. Quizás no me alcance la vida para verlo, pero tengo que hacer mi parte aquí y ahora.
«Siempre evoco la parábola del ruiseñor que pretende apagar un gran incendio llevando agua en su pico. Uno de los animales del bosque le dice que esa es muy poca agua para resolver el problema y el ruiseñor responde: ¡yo hago mi parte!
«Creo en la necesidad de un teatro mejor, que piense en los otros más que en la satisfacción de egos. Creo en el profesional que más que en el deseo de reconocimiento, se afane en lo que puede aportarles a la comunidad, al público. Algunas personas me dicen que es una utopía pensar que todos comprenderán eso, pero a mí basta con que algunos, entre todos, lo comprendan y lo asuman».
Corina creía en la capacidad movilizadora del ejemplo.
«Mi vocación primera es la del magisterio, que es una vocación por la justicia. Porque se es maestro, más que para enseñar la técnica (que claro que es importante), para inculcar valores.
«Te confieso que esa vocación me ha llevado hasta el dolor. Cuando era joven y las fuerzas me acompañaban, no me importaba. Pero ahora seguir en el camino, llegar hasta el último rincón del país buscando que no se pierda ningún talento para el arte, me daña mucho físicamente. Pero no puedo parar, porque al mismo tiempo me estimula, me llena espiritualmente. Mientras tenga fuerzas lo haré.
«Algunas personas dicen esto muy a ligera, y por eso no lo repito mucho: soy una mujer martiana. Y con José Martí comprendí que era muy necesario salir a buscar a la gente que quería aprender. En eso estoy y estaré».
Muchas personas, más que por el teatro, la conocían y la admiraban por su trabajo en la televisión. Pero para ella la escena era sagrada.
«Siempre digo que honro dos ámbitos primordiales de la creación. Primero la poesía, y después el teatro. Les tengo mucho que agradecer. Ahí se concretan las esencias de mi ejercicio profesional. Ese intercambio único y directo con el espectador, esa energía entre el que se sienta a ver un espectáculo y el que lo está protagonizando sobre el escenario, necesariamente tienen que ser más fuertes que lo que se alcanza con una pantalla por el medio.
«Puede parecer duro que diga esto, pero en la televisión hay cierta zona farandulera, cierto culto a la persona, más que al personaje.
«En el teatro no sucede eso. En el teatro la gente se conecta mucho más con el personaje que en ese momento eres. Sobre el escenario no soy Corina, soy otra. Y esa es una de las funciones principales del teatro: crear otra realidad. Tengo montones de recuerdos en ese sentido, y me erizo al evocarlos. Bueno, yo siempre me erizo cuando hablo de teatro».
Su emoción mayor, no obstante, era ver a sus alumnos haciendo teatro.
«Yo no puedo evitar llorar cuando los veo. Es un cosquilleo en el estómago. Un salto. Es como cuando una se enamora por primera vez. Cuando veo a mis alumnos sobre el escenario ya no soy la maestra: soy la mamá».
Ahora, cuando ha partido, cientos de sus discípulos le garantizarán la permanencia.