¿Qué decir del café que no se sepa? No existe ya novedad al respecto. Todos conocemos que es llamado elíxir o néctar negro de los dioses, y no es raro decirle así, ni por ponerle un nombrecito rimbombante, es que el café es una bebida que desde hace siglos acompaña la humanidad de muchas maneras, la infusión más consumida en el mundo, distinta en cada lugar.
Queremos café en nuestros despertares, lo incluimos en rutinas sociales; pensamos en él si hace frío o llueve, pero lo tomamos ardiendo, aunque estemos a 40 grados Celsius. Lo necesitamos para espabilarnos a media tarde, o como complemento de la cena —o del cigarro para otros. A veces es pretexto para todo, y casi siempre un momento único, aunque lo disfrutemos siete veces al día.
Lo vemos como protagonista en el cine cuando personas de todo tipo van a cafeterías y adquieren unos vasos muy chulos y se lo van tomando de a sorbos cortos camino al trabajo, o cuando salen unos minutos después de almorzar a desperezarse, o si se citan unos a otros, ya sea para flirtear o tratar un negocio. El café está presente, es motivación y compañía tanto en la ficción como en la vida real.
Es la bienvenida perfecta al visitante a casa, el aliado en las noches en vela para trabajar y estudiar, fundamental en el menú de cualquier evento, establecimiento de servicios u oficina. El café llegó hace mil años y no entendemos en realidad cómo a los etíopes se les ocurrió madurar al punto exacto, secar, tostar, moler y filtrar con agua hirviendo, aquella fruta, para lograr ese oscuro brebaje que trae a todos locos de euforia y energía.
En la actualidad, por innovar, lo mezclan lo mismo con alcohol, limón, jengibre, pimienta negra o huevo fresco —como lo lee, busque receta del escandinavo— para obtener resultados exóticos ajustados a cada gusto. La verdad es que el café es tan versátil, se adapta al paladar más exquisito, lo podemos incluir en recetas frías y calientes, dulces y saladas, porque bien marida, y se encuentra tanto en la cocina de fonda como en la gourmet.
Como soy nueva en este mundo, apenas dos años aprendiendo a tomarlo y hacerlo, y aún no distingo el sabor de uno u otro, ni me adapto al amargor, seleccioné un grupo representativo de mis contactos, amigos y personas importantes, y les pregunté por sus ritos, mañas y preferencias.
Afortunadamente la muestra fue diversa y las respuestas demuestran la capacidad de encanto que tiene el café, sin importar edad, profesión, nacionalidad y otras etiquetas. No solo ofrece un extra de vigor y por eso nos enmascara el cansancio y la somnolencia, es también una oportunidad de socialización, un momento familiar, el impulso seguro para romper la inercia.
En todos los casos pude constatar que no puede faltar el tradicional café matutino. Los cafeteros abren los ojos y es café lo primero que necesitan para comenzar el día. Y si no lo tienen corren el riesgo de andar zombis, como en un letargo, malhumorados.
Mientras mis amigas Maritza y Magaly amanecen con sus tazas especiales, cada una en su balcón de Habana Vieja y Plaza de la Revolución, en La Habana, y se deleitan en calma mirando el paisaje de una ciudad que despierta; Giselle lo demanda en su cama y bajo ciertos requisitos: “debe ser no muy caliente, tener espumita porque si no no me lo tomo, y me siento y pongo la almohada recostada al cabecero porque el café se toma sentado, de otra forma no sabe igual, no lo disfruto”.
Con esto último descubrí entonces que es bastante común darle importancia a la postura para el regocijo, pues también Mayra, Edelman y Dianelys afirman que sentados es la manera correcta para beberlo, ni caminando, ni de pie, tampoco apurado; son un par de sorbos que conviene hacerlos tranquilo y reposado, entregarse al placer. Unos dicen que, porque simplemente es cómodo para la degustación, otros piensan que así se conserva la buena fortuna.
En cuanto a las predilecciones, son tan diversas como las personas. A la mayoría de mis encuestados les encanta el clásico café cubano, fuerte y corto, pero también prueban otras recetas. Todos coinciden en tener su taza exclusiva. Por ejemplo, Mayra y Magaly con sus conocidas “Cubita”; Patricia desde Caracas, Venezuela, con una que dice París; pero ella lo prefiere “ˈguayoyoˈ, sin azúcar y con unas gotas de vainilla y unas de esencia de almendras”. El café guayoyo es similar al americano o lavado en otras partes del mundo, o sea, un poco más diluido para suavizar su sabor intenso.
Sobre esto Cosette confiesa tomar “el café espresso en una tacita chiquita no en cualquier otro recipiente, y el café americano en taza grande, nunca en vaso. Me gustan los cafés suaves, que no estén muy tostados porque un tueste oscuro hace que quede negro y amargo. Me gusta caliente, aunque haya calor” —concluye.
Las inclinaciones de algunos de mis amigos son hacia espresso, latte, capuccino, frapuccino; otros lo explican como pueden: ˈcortadoˈ, o mitad leche, mitad café, o le agregan lo que consigan de chocolate, crema fresca batida, leche en polvo o condensada, canela, o el ˈcoffee mateˈ para Mayrita. Sin embargo, para Daniel lo importante es el café sin tantos agregos, “lo bueno viene de la forma más clásica, café negro oscuro, fuerte y caliente: rico”; y Ariadne, en Vietnam, siempre pide uno salado en cafeterías.
A otras personas les apetece acompañar el café, incluso hasta con pan. A Olivia, “si es posible, con alguna galleta dulce”; a Alain, con un buen tabaco y así recuerda a nuestro abuelito Eugenio Cabezas y su ritual en el portal de la casa donde nacimos.
Sí, porque el café es también nostalgia y encuentro con uno mismo. Edelman, desde Colombia, comenta que su preferido es el de “por la mañana en el patio, mirando al cielo; es de los placeres más grandes” —asegura. Y Arletis, entre risas, refiere que adora “el momento del primer café, temprano y tradicional, sin mezclar, porque es uno de los pocos que tengo para mí sola”.
El café no es solo un hábito, una bebida que nos estimula, es cultura, una tradición que heredamos de los antepasados, que aprendimos desde pequeños en casa, o más tarde en la Universidad; en la época que haya sido se incorporó a nuestras vidas para siempre.
Pocos escapan a sus encantos. Es un gusto, una predilección que compartimos con muchos otros, en casa, con amigos, en la oficina. Por eso procuramos tiempo para socializarlo, les dedicamos espacios, como es el caso de Yoisy, quien dice que en su trabajo tienen “hasta un rincón alegórico del café y un grupo de WhatsApp con todos los cafeteros”.
Casualmente, al terminar este texto revisé el calendario y descubrí que cada primero de octubre se celebra el Día internacional del café. De hecho, es la primera evocación en el listado. ¡Por poco no será!
Festejemos, pues, este día, como corresponde. No tiene que ser con una taza enorme, tampoco un café gourmet, porque estos tiempos que corren son de austeridad, pero no lo dejemos pasar. Hagamos una colada, sentémonos un rato a disfrutar esta delicia, y si puede ser junto a personas queridas, tanto mejor, si no, un instante a solas, tranquilos para degustar como debe ser, como sugiere mi amiga Mayra, quien me inició en este mundo.