Por más de una década Kaliema Antomarchi esperó el momento de competir en un tatami dibujado con los cinco aros olímpicos. Pasó Beijing y no pudo ser. Tampoco lo consiguió en Londres y en Río de Janeiro, pero ni siquiera eso la hizo desistir. Hoy agradece tanta perseverancia y recibe su quinto lugar en Tokio con la misma sonrisa que le conocen sus compañeras del equipo nacional. A Kaliema no hay nada que reprocharle.
En un año sumamente complejo, la antillana llegó a estos juegos con un propósito definido: demostrarle a todos, y a ella misma, que tanta dedicación no fue en vano. Quizás por eso lo dio todo en el combate por la medalla de bronce ante la actual campeona mundial, como si llegar hasta aquí no fuera suficiente para protagonizar una actuación que estaba en pocos pronósticos.
La alemana Ana-Maria Wagner contratacó fuerte y le marcó un wazari a mitad del combate, pero ni siquiera eso mermó el ánimo de la cubana. “Con ella siempre había tenido combates muy difíciles —dice—. Incluso en la última gira me ganó en pocos segundos. Sin embargo, hoy di un buen pleito”. La santiaguera está en lo cierto. Atacó y no dejó de intentarlo nunca, pero una mujer como la europea tiene una calidad incuestionable.
Cuando el gong sonó en el imponente Nippon Budokan y Kaliema quedó unos segundos en el suelo, no era tristeza lo que sentía. Su kimono blanco —todos sus combates aquí los ganó vestida así— parecía un punto en medio de tanto rojo que adorna la sede de competencias. Enseguida se puso en pie. A fin de cuentas, su sendero fue quizás uno de los más espinosos entre las finalistas de este torneo, así que cerrarlo con un quinto lugar no es una cuestión menor.
Luego de un primer combate decidido a su favor, chocó una y otra vez con mujeres que saben cómo se mira al tatami desde el podio de los últimos campeonatos mundiales. En cuartos de final la esperaba la francesa Madeleine Malonga, clasificada número uno y finalista en los dos últimos campeonatos del orbe.
Durante cinco minutos y medio le plantó su mejor cara. Quizás desde 2017, cuando ganó un bronce planetario que la salvó de no abandonar el judo, Kaliema no mostraba la voluntad que le impuso a la favorita. Recibió un wazari en contra, pero apenas pasaron 30 segundos y la antillana igualó las acciones. Tiempo extra —escuchó decir por el audio local—, y apenas tuvo un momento para respirar.
Agarre a la manga, solapa, mover las piernas, tirar fuerte. La santiaguera lo intentó siempre, pero la experiencia de una titular mundial la hizo caer de espaldas al tatami. Era su cuarta derrota ante la francesa. “Llegué a ese combate con una sola visión: ganar. No pudo ser pero hice lo mejor posible”.
Con ese mismo espíritu salió en el repechaje ante la holandesa Guusje Steenhuis. Otra vez la nuestra con la historia en contra. Tres combates, tres derrotas. Pero esta vez fue diferente. Necesitó ocho minutos de combate, pero a la postre la actual bronceada mundial la reconoció como vencedora.
“Llegué aquí y discutí con las mejores del mundo. Estuve en regla de oro y logré ganar. A pesar de que este ha sido un ciclo olímpico muy complejo, eso me deja muy satisfecha”, dice aun bañada en el sudor del combate que ella conoce a la perfección. Y con su voz pausada y discreta no pierde tiempo pata hacer una confesión.
“No somos conformes y siempre aspiré a una medalla aquí. Me esforcé y di lo mejor de mí, aunque al final no pudo salir el resultado. No me gusta despedirme sin ganar, así que intentaré llegar a los Juegos Centroamericanos para despedirme allí. Si hoy hubiera tenido una medalla quizás la historia fuera otra”.
A sus 33 años, para Kaliema estos fueron sus primeros y sus últimos Juegos Olímpicos. Aunque siempre se quiere más, cerrarlos con un quinto lugar es una actuación sumamente positiva para ella. Por su historia, por su sacrificio, y porque lo hizo en un año donde apenas pudo combatir siete veces antes de llegar aquí y cumplir un sueño que tiene mucho de voluntad y perseverancia.