La japonesa Akira Sone la contempló callada. En medio de la alegría por ganar una medalla de oro esperada en su país, la nipona vio descender del tatami a una mujer que se le hizo sumamente difícil y durante casi nueve minutos la obligó a exigirse al máximo. A casi doce mil kilómetros, otra Isla también la observó en medio de la madrugada, porque en un país acostumbrado a seguir a sus campeones, Idalys Ortiz jamás está sola.
Por cuartos juegos consecutivos subió al podio en los más de 78 kilogramos del judo olímpico. No pudo vencer en el combate final, un desafío ante una mujer que la había vencido en tres ocasiones previas y que ahora le impuso un muro difícil de quebrar. Para Idalys, en cambio, no hay lamentos a esta hora.
“Vinimos acá a conseguir una medalla y eso está hecho —dice con una sonrisa conocida—, así que estoy muy contenta. Muchos vieron imposible esta medalla, pero yo no. Me sacrifiqué y en apenas dos meses y medio me puse a punto para estar aquí, así que estoy satisfecha”.
Antes de ella, solo una gigante como Driulis González había conseguido la hazaña de poner la bandera cubana en cuatro ocasiones sobre un podio olímpico. Idalys sabe que con esta actuación la iguala en cantidad de medallas.
“Driulis ha sido la atleta más ranqueada de nuestro judo y siempre ha sido mi ídolo. Cuando competí en Beijing ella estaba buscando su quinta medalla olímpica, y yo solo me decía que debía imitarla. Hoy la estoy igualando y si me propusiera buscar otra medalla olímpica la idea no sería superarla, sino seguir un legado. Estar aquí es también cumplir ese sueño”.
Y para cumplir ese sueño, en cada una de sus participaciones olímpicas Idalys dejó una imagen para la historia. En Beijing, fue la de aquel rostro casi adolescente enfrentándose sin miedo a judocas consagradas; en Londres, el pelo multicolor y los saltos en una final memorable; en Río, la madurez de una atleta que sabe cuánto vale una medalla de plata cuando se ha vivido tanto por y para el judo.
En cada cita, en cada combate, ella dio un paso hacia una historia que hoy engrandeció.
Incluso, el camino hasta Tokio estuvo lleno de dudas e incertidumbres que ella sola, sin hablar, supo desvanecer combate a combate. Primero la falta de torneos de preparación, luego padecer la COVID-19 y detener un entrenamiento justo en el momento más importante. A las pocas semanas regresó para competir en un Campeonato Mundial que la vio irse sin medallas, pero ante todo ella continuó imperturbable.
“Fue una de las mejores competencias de mi vida” —dijo justo antes de tomar un avión, atravesar medio mundo, y aterrizar en la cuna del deporte que ella misma ha contribuido a engrandecer—. Mientras algunos dudaban de su estado de forma, Idalys estuvo tranquila, callada. Incluso aquí, cuando le costó vencer en su primer combate a la portuguesa Rochele Nunes y despertó una preocupación en toda la Isla, ella prefirió callar.
Más tarde se sacudió y barrió a la china Shiyan Xu para asegurarse otra vez en una semifinal olímpica. Allí la esperaba la francesa Romane Dicko, con su ímpetu de veinteañera y un invicto que se extendía desde enero de 2020. Como en la final, Idalys también vestía de blanco, el mismo color con el que ganó el oro olímpico hace ya nueve años.
En aquella ocasión decidieron los árbitros. Ahora ella se encargó de no ceder el ritmo del combate y consiguió un wazari para asegurar su tercera final olímpica en línea. Aunque todavía le cuesta hablar de él, Idalys enseguida pensó en su padre. “Esta es la primera vez que vengo a unos Juegos Olímpicos sin que mi papá esté —confiesa—, así que esta medalla va dirigida a él. Me propuse llegar acá y hacerlo por él”.
Por eso Idalys lucía tan sonriente en el podio olímpico. Por eso no tiene seguro si esta fue la última vez que Cuba la vio sobre un tatami, con la misma estirpe que la ha hecho una de las deportistas más queridas en un país que ama a sus campeones. Todavía siente que puede dar más. Aun le queda pasión para entregar a un deporte que hoy, desde el sitio que acogió por primera vez al judo olímpico, la vio crecerse una vez más.
Y con ella llegó al podio Héctor Rodríguez, el hombre que hace hoy 45 años le dio a Cuba su primer título olímpico. Y subió Ronaldo Veitía, el artífice de tantas victorias, el maestro que no debemos perder. Subieron Legna, Driulis, Amarilis, Revé, Daima, Yanet, Yalennis.
Subió Yordanis Arencibia y el resto de los entrenadores. Subieron los médicos, los psicólogos, los preparadores físicos. Y lo hizo también un pueblo que ahora, aunque siempre quisiera el oro, solo le puede decir a Idalys cuánto le agradece por su corazón y su estirpe.