Los desastrosos efectos de la pandemia a todos los niveles son indiscutibles. Millones de seres humanos abandonaron este mundo como consecuencia de la enfermedad, y muchos otros millones han sufrido sus terribles consecuencias económicas y sociales.
El deporte no fue ajeno al fenómeno, y los recién concluidos Juegos Olímpicos de Tokio estuvieron a un milímetro de ni siquiera empezar.
Sin embargo, contra viento y marea Japón siguió adelante y nunca tendremos con qué agradecer a esa paciencia asiática que permitió salvar la continuidad de las citas estivales, y haberlo hecho además con nota altísima, porque el saldo tanto deportivo como a nivel de trasmisiones y tecnología fue excelente.
En el caso de Cuba, temíamos por las deudas de entrenamiento de nuestros atletas, y se vio en algunos casos que fueron notables, con lesiones y cansancio que no estaban previstos, pero la mayoría sacó el extra de los campeones y llenó de alegráis las madrugadas de estas dos últimas semanas.
¿Quién hubiera pensado que en estas condiciones termináramos con la mejor actuación olímpica desde Atenas 2004? El coraje de nuestros deportistas una vez más salió a relucir y más allá de alguna que otra decepción, la delegación sobrepasó los pronósticos.
Afortunadamente también ganamos la batalla fundamental, que era la de evitar que miembros de nuestra comitiva se contagiaran en un ambiente en el cual se previeron decenas de enfermos diarios y los nuestros salieron airosos, cumpliendo estrictamente todas las medidas de seguridad.
Es indudablemente una página gloriosa más del deporte cubano, mírese como se mire, y estas actuaciones memorables (nótese que ni siquiera digo medallas) tendrán que enmarcarse especialmente, por las difíciles circunstancias en las cuales se lograron.
Otra vez hay que destacar al estandarte de la mayor de las Antillas, el luchador Mijaín López, y el Buque Insignia, el boxeo, pero cómo catalogar lo hecho por Luis Orta y la canoa biplaza que no sea de Hazaña, cómo soslayar la entrega de la corredora Roxana Gómez, los nervios de acero del tirador Leuris Pupo, la valentía de la yudoca Idalis Ortiz, la vergüenza de Reineris Salas, en fin, el compromiso y el sudor de esos más de 60 guerreros que nos representaron en Tokio.
El medallero habla, y quizás no tanto como lo que vimos noche tras noche. Ojalá sea esto el repunte de nuestro deporte, que tantos tropiezos ha tenido en los últimos cuatrienios.