La seguridad de los estudiantes es lo primero, en medio de un complejo panorama epidemiológico. Por eso el curso escolar comenzará la próxima semana en modalidad virtual, mediante las habituales teleclases. No es lo ideal, por supuesto. Nada sustituye el vínculo directo del maestro con su alumno, importante en la consolidación de nuevos conocimientos, pues atiende las demandas personales y los tiempos específicos de cada educando. La enseñanza a distancia, particularmente si de niños se trata, exige de un compromiso extra por parte de los estudiantes y de sus tutores. No todos muestran el mismo interés, no todos cumplen con las indicaciones de los profesores, no todos le dedican al estudio el tiempo necesario. Sin contar la circunstancia de que no todas las familias cuentan con los medios para acceder a la programación televisiva. Y como resultado se manifiestan desniveles que no tienen que ver con las capacidades y las potencialidades de los alumnos. Las evaluaciones, muchas veces, no son rigurosas. Y el aprovechamiento baja considerablemente.
La contingencia sanitaria, a pesar de los alentadores indicios de los últimos días, no se va a resolver a corto plazo. Tendremos que vivir con los efectos de la COVID-19 un tiempo más. Y es preciso encontrar alternativas que contribuyan a minimizar esos efectos en una nueva normalidad. Los estudiantes necesitan regresar a sus escuelas, a sus aulas. Y apenas se garanticen las condiciones sanitarias, esa debe ser la tendencia. La reincorporación paulatina a los centros de enseñanza es indispensable, especialmente en la primera enseñanza.
Por ahora no se debe, no se puede. Y bien ha hecho el Ministerio de Educación al escuchar las preocupaciones de muchas familias. Mientras los niños no estén vacunados es imposible garantizar niveles de seguridad aceptables en las escuelas, por más que se cumplan otras medidas de protección. Hay que comprender la negativa de muchos padres de enviar a sus hijos a las clases presenciales en las actuales circunstancias. Pero a medida que se completen los esquemas de vacunación y se reduzcan los riesgos, habrá que regresar a las aulas, aunque no haya terminado la batalla contra la COVID-19. No puede haber esquemas rígidos, será necesario atender siempre las singularidades de cada territorio, evaluar puntualmente la complejidad de cada etapa, realizar las adaptaciones imprescindibles. Pero la calidad de la enseñanza está estrechamente a la presencialidad, por más eficaces que sean otras variantes "virtuales". Pueden —y deben— ser complementarias. Está claro que algunas de las iniciativas actuales llegaron para quedarse. Pero alumnos y profesores deberán estar frente a frente en cuanto sea posible.