Leonardo es un adolescente avileño de 18 años y la única preocupación real que tiene actualmente es el resultado de las pruebas de ingreso para acceder a la educación superior, realizadas por estos días en todo el país, pues quiere ser ingeniero informático.
Pero existió una época de su vida marcada por las dudas respecto a su sexualidad y las formas de asumirla en una sociedad con profundos rasgos heteronormativos y patriarcales, donde la opinión y el apoyo familiar representa la columna vertebral del desarrollo sicosocial pleno de cada individuo.
Cuando les dije a mis padres que era gay, recuerda, Mamá se puso un poco histérica, Papá no se enfadó, pero ambos consideraron que yo era muy joven para tener clara mi preferencia sexual y me comentaron que seguro estaba confundido.
En el nuevo proyecto de ley sobre el Código de las Familias no se recoge explícitamente en ningún título, artículo o inciso el tema de la educación sexual, pero sí se garantiza el derecho de las personas en el ámbito familiar (artículo cuatro, inciso g) al desarrollo pleno de sus derechos sexuales y reproductivos en el entorno familiar, independientemente de su sexo, género, orientación sexual e identidad de género, situación de discapacidad o cualquier otra circunstancia personal.
Llegó la adolescencia y mis progenitores hablaron sobre la importancia de tener sexo protegido y lo peligroso de consumir drogas, pero la información se quedaba en lo básico, tuve que acudir a otras fuentes para aclarar mis dudas, relata Leonardo.
El artículo cinco del nuevo Código, expone que el Estado desarrolla políticas y programas con el fin de que las familias reciban la asistencia apropiada en el desempeño de sus funciones y puedan cumplir adecuadamente esta obligación para que los titulares de la responsabilidad parental asuman, en igualdad de condiciones, sus deberes.
Sin embargo, a pesar de existir instituciones como el Centro de educación y promoción para la salud, la Casa de orientación a la mujer y la familia, la mayoría de los papás optan por retrasar este tipo de conversaciones o solo ofrecen pinceladas sobre el asunto.
“Tuve que acudir a Internet, hablar con amigos con dudas similares a las mías y con profesionales para entender sobre el sexo y sus consecuencias en dependencia del método de protección utilizado, que el alcohol es la droga socialmente más aceptada, por tanto la más peligrosa, y está bien si no me gustan las chicas”, continua Leo.
La psicóloga avileña Yohana de los Reyes Zulueta afirma que la educación sexual constituye un elemento importante en la formación de la personalidad, favorece la relación entre niñas y niños, el reconocimiento de los géneros, además de ayudar a su protección y el autocuidado. La familia lleva una gran responsabilidad en esto.
Durante la Conferencia Internacional sobre Sida (2008), los ministros de Educación y Salud participantes firmaron un acuerdo bajo el lema “Prevenir con educación”. En consonancia, Cuba está en proceso de rediseñar su programa de educación sexual, especialmente en las escuelas y universidades, con énfasis en la formación de maestros.
“Desde la primaria padecí el bullying, y para evitarlo empecé a aparentar ser más heterosexual, hasta tuve dos novias, por lo que el acoso disminuyó, pero no me sentía yo”, dice Leonardo.
Para evitar este tipo de experiencias se han creado grupos de trabajo encargados del diseño de las estrategias curriculares, legislativas y de comunicación social, con enfoque de derechos humanos, género y diversidad sexual, explicaba Mariela Castro Espín, directora del Centro Nacional de Educación Sexual, en el análisis La educación sexual como política de Estado en Cuba, desde 1959, publicado en 2011.
Según los incisos que conforman el artículo cinco del nuevo Código, la familia es responsable de asegurar a las niñas, los niños y adolescentes, el disfrute pleno y el ejercicio efectivo de sus derechos a ser escuchados de acuerdo con su capacidad y autonomía progresiva, a que su opinión sea tenida en cuenta; recibir acompañamiento y orientación en consonancia con la evolución de sus facultades para el ejercicio de sus propios derechos.
Se les debe garantizar, además, crecer en un ambiente libre de violencia y ser protegido contra todo tipo de discriminación, la integridad física, la atención de su salud, educación, crianza y bienestar general; la identidad, la comunicación familiar y el honor, a la intimidad y a la propia imagen.
“En la etapa de aceptación de mi sexualidad tuve pensamientos de los que hoy no estoy orgulloso, por el miedo a que mis padres me sacaran de la casa, y a su desprecio, lo pasé muy mal”, confiesa Leonardo, quien se rehúsa a que le tomen fotos o declarar su verdadera identidad.
La educación integral en sexualidad, según la Unesco, tiene el propósito de dotar a los niños y jóvenes de conocimientos basados en datos empíricos, habilidades, actitudes y valores que los empoderarán para disfrutar de salud, bienestar y dignidad; entablar relaciones sociales y sexuales basadas en el respeto; además de comprender cómo proteger sus derechos.
“Actualmente le cuento todo a mi papá, es mi mejor amigo; y él y mi mamá respetan mis decisiones,” reconoce Leonardo.