Día Internacional del Árbol, día de un mundo

Un árbol puede ser todas las músicas, todos los silencios; por eso habría que organizar hoy, Día Internacional del Árbol, una sinfonía universal.

Pero aun cuando los más brillantes músicos de todas las latitudes coincidieran en ese hipotético homenaje, el árbol, luego de escucharles respetuoso, benévolo, agitaría sin demasiado entusiasmo algunas de sus hojas a modo de aplauso de cortesía.

Sucede que él sabe como nadie que nada podría superar los acordes, trinos, susurros, aleteos, murmullos y a veces alaridos que regala a los humanos.


Y es que un árbol es un mundo donde, como ríos, corre por sus venas la savia; donde, como populosa urbe, desandan por sus calles de madera multitudes de insectos, anélidos y muchísimos más seres vivos con los más diversos andares y estaturas.

Eso, sin olvidar que, cual habitantes de rascacielos o casi cosmonautas y quizás ángeles camuflados, en sus alturas igual conviven seres alados de esos que todos conocemos, que lo mismo pueden ser aves que sueños.

Un árbol es un mundo, con su paraíso y también su infierno, que cala hondo en las profundidades de la tierra. Y como en todo infierno que se respete, en él suelen encontrarse algunos que no les tocaba por la libreta del destino estar allí, pero no supieron defender lo suficiente su derecho al paraíso, y ahora, allá en las profundidades, arrastrándose entre raíces y humedades varias, siguen dando lo mejor de sí como obedientes hongos.

Los árboles hablan entre sí, aseguran los científicos, y también nos hablan a nosotros —eso no lo dicen los científicos—, pero son muchos los que no saben o no quieren escucharlos.

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Por eso, cuando talan un árbol, no saben o no quieren saber que están talando un mundo.