Por un mundo sin hambre

 

Cada 16 de octubre desde el año 1979 se conmemora el Día Mundial de la Alimentación, una fecha promovida por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), con el objetivo de disminuir el hambre en el mundo.

La fecha se inserta en el propósito de organización con su Agenda 2030 con su meta de hambre cero.

Cada año, la FAO se centra en un lema para difundir la campaña del Día Mundial de la Alimentación. Para 2022, el lema es "No dejar a nadie atrás".

Según la organización de las Naciones Unidas, "se ha avanzado mucho en construir un mundo mejor, pero hay mucha gente que se ha quedado atrás. Muchas familias no pueden permitirse tener una alimentación sana, y eso repercute directamente en su salud".

Y añade: "El problema no está tanto en el suministro, ya que se estima que hoy en día hay alimentos para todos, sino más bien en la disponibilidad y el acceso".

He ahí la gran paradoja: si el mundo es capaz de producir todo el alimento que necesitan sus habitantes, ¿cómo es posible que cientos de millones de seres humanos sufran por el hambre?

Es más, mueren cada año muchas más personas por falta de alimentación que por emergencias sanitarias o desatres naturales. El hambre es una pandemia "normalizada".

En varios países se han declarado verdaderas hambrunas, que incluyen el fallecimiento de niños y adultos, en otros se despilfarran todavía toneladas de alimentos.

El Hambre aguda amenaza la vida de 345 millones de personas en el mundo, mientras el gasto militar mundial supera por primera vez los 2 millones de millones de USD, recursos que deberían encaminarse a garantizar el objetivo de hambre cero y alcanzar los Objetivos de la Agenda 2030.

La producción y distribución equilibradas sigue siendo una utopía. Y es vergonzoso que no se hayan podido aplicar políticas funcionales que resuelvan la cuestión.

Por lo tanto, el Día Mundial de la Alimentación, más que una celebración debería ser asumido como una alerta, un llamado de atención. Los gobiernos, las organizaciones, la sociedad en general pueden y deben hacer mucho más para concretar la aspiración tantas veces reiterada de un mundo sin hambre.

Habría que ver si en el actual contexto se pueden articular estrategias eficaces, que van desde los niveles macroeconómicos hasta la propia economía doméstica.