Luego de la entrevista, durante media hora adentrándonos entre los árboles del Jardín Botánico Nacional, sin ir muy lejos y en medio del fuerte viento de marzo que pone en jaque a las mariposas, avistamos carpinteros jabados, dos arrieros, cabreros, bijiritas, totíes, un bobito chico, zorzales reales, tomeguines, pitirre abejero y guatíbere… Los zunzunes están por doquier y, entre tantos cantos, se oye constante el del sinsonte.
“Estamos en el mes en que los sinsontes forman parejas, por eso no dejan de cantar. Por eso cantan con fuerza”, nos explicó la doctora Lourdes Mugica poco antes, mientras conversábamos.
“Están definiendo territorio y formando pareja. Los machos atrayendo a las hembras hacia el territorio”, añadió el doctor Martín Acosta.
Nosotros estuvimos en el Botánico Nacional una tarde. Ellos han estado por décadas, y no como meros observadores.
Comenzamos el diálogo comentando la noción de que vivimos en la naturaleza, aunque estemos en medio de la ciudad. También, sobre la tendencia o modalidad llamada “baños de bosque” o “Shinrin Yoku” (cuyo significado es “absorber la atmósfera del bosque”), originada en Japón pero cada vez más popular internacionalmente para reducir tensiones y el estrés de la vida urbana. “Venir aquí es un lujo”, dice ella. “Todo es parte de la naturaleza”, dice él.
Mugica, Dra. en Ciencias y profesora titular de la Facultad de Biología de la Universidad de La Habana, comenzó el trabajo de investigación conjunto con Acosta en el Jardín Botánico en 1982.
Acosta, Dr. en Ciencias Biológicas, investigador titular e investigador emérito de la UH, estaba vinculado al sitio desde 1972.
“Empecé como estudiante. Existía el plan estudio-trabajo en la universidad. Trabajaba en la mañana en la construcción del Botánico, la siembra, las instalaciones, todo lo que se estaba haciendo en aquel tiempo. Asistía a clases en otras sesiones, tarde o noche. Me gradué, tuve otras tareas y en 1982 comenzamos las investigaciones aquí de manera más regular”, cuenta.
Lourdes recuerda que fue más intenso en los noventa, durante el Periodo especial. “Teníamos investigaciones en provincias, Sancti Spíritus, Pinar del Río… Y todo se detuvo, no había transporte. Decidimos que la investigación fundamental iba a ser aquí, porque teníamos que seguir trabajando, produciendo, publicando. Veníamos en bicicleta, salíamos a las 5:30 de la madrugada para acá y caminábamos todo el Jardín”.
Desde entonces, no han parado las investigaciones y en 2022 publicaron Aves del Jardín Botánico Nacional de Cuba, un libro que obtuvo en febrero pasado, entre 56 propuestas de todo el país, el Primer Premio de la Crítica Científico-Técnica 2022, y que tenía importantes antecedentes.
La Dra. Mugica señala que habían hecho “alrededor de siete u ocho publicaciones desde los ochenta. Estudiamos diversas especies y poco a poco fuimos enamorándonos del Jardín. En 1990 sacamos el primer librito de las aves del Jardín Botánico, que recogía entonces 41 especies… Este último, de 2022, recoge 125”.
De las 125 especies registradas, el 38% nidifica en el Jardín.
“Y hubo dos registros de aves más [guanabá de la Florida y barbiquejo] luego de que el libro se había terminado”, agrega. “Mira cómo han cambiado las cosas con el tiempo”.
Aquel pequeño primer librito se hizo en papel gaceta. “No teníamos cámara ni ilustrador. Un profesor nos hizo los dibujos a mano, a lápiz. No había color en ese libro”, continúa Lourdes.
Ese profesor –precisa Martín– fue el doctor Vicente Berovides Álvarez, reconocido ecólogo entre los especialistas de América Latina y miembro de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. “Dibuja muy bien”.
Según Lourdes, “era lo más simple que se pueda hacer, con cero recursos, en blanco y negro. No sabíamos cabalmente lo que era hacer un libro, no tenía página legal… Era un folletico, con cada ave y su descripción. Pero lo increíble es que servía para identificar a las aves. Berovides captaba las características claves de cada una”.
Aun siendo “simple”, la doctora recuerda que “se vendió como un merengue en la puerta de una escuela, generó una expectación enorme, evidenció que las personas quieren conocer. Y a partir de esa publicación, de 1990, la directora del Jardín nos estuvo pidiendo volver a hacerlo.
“No había recursos para hacer un libro, no sabíamos qué era edición, ni buscar un diseñador, una editorial, el ISBN… Hoy sabemos más sobre el tema, no es ya el primero que hacemos. Es un proyecto mucho más macro de lo que hicimos en aquellos emprendimientos iniciales”.
Y comenzó a suceder hace cinco años. “Martín y yo somos retirados y vueltos a contratar. Siempre comentábamos que, antes de irnos, teníamos que dejar en un libro todo el conocimiento que habíamos ido acumulando en más de 30 años, pero no teníamos un centavo.
“Hasta que mi hija geógrafa [Karen Aguilar Mugica, también autora del libro] me dijo un día: ‘Vamos a meternos en esta empresa. Yo los voy a apoyar, voy a hacer el diseño y me voy a poner con ustedes para que salga adelante’. Nosotros teníamos el conocimiento, pero el motor impulsor del proyecto fue ella”.
El libro, publicado por el sello editorial AMA, de la Agencia de Medio Ambiente, con una impresión de lujo y fotografía, diseño e ilustración claros, de alta belleza y profesionalidad, recoge las investigaciones de Mugica y Acosta sobre la ecología de las aves en el Botánico Nacional desde inicios de la década de 1980, pero, además, estimula la observación de aves mediante una guía de campo con imágenes e información de las especies avistadas allí.
El Dr. Acosta destaca que el diseño “incluye algo que habíamos previsto y fuimos consiguiendo: los closeups de las cabezas de las aves, que no aparecen nunca en las guías. Siempre se ve el cuerpo entero, pero no detalles de la cabeza. Los closeups revelan muchos aspectos del ave que a veces no se aprecian en los libros, porque las imágenes son fotos generales y se pierden detalles.
“No queríamos una mera guía, guías ya tenemos algunas en Cuba. Queríamos que el libro tuviera una estructura más bien encaminada al funcionamiento de la relación entre las aves y la vegetación del Jardín Botánico. Que ambas partes tuvieran parte importante”.
Sucesión, biodiversidad y conservación en el Botánico Nacional
Martín comenta que, gracias al cúmulo de información por los muchos años de trabajo en el JBN, pudieron evaluar el proceso de sucesión que ha ido ocurriendo en el Jardín, “uno de los fenómenos que llaman la atención y son de preocupación para quienes manejan sitios de este tipo”.
La sucesión –explica– es el producto de la evolución del jardín en un determinado plazo, en el que va cambiando la estructura de la comunidad vegetal. Es un espacio abierto, hay interacciones.
“Cambian las plantas que hay en cada uno de los lugares, pues las plantas van desarrollándose, produciendo frutas; las aves y los murciélagos, sobre todo, diseminan frutas y semillas. Llega el momento en que cambia la estructura de la vegetación. Es un problema para los equipos de los jardines botánicos, porque tienen pensada una estructura de vegetación definida, con determinados fines botánicos, compartimentada y controlada. Se va ‘descontrolando’.
“Pero, además, va cambiando la estructura de la sombra, porque en los más de 50 años que tiene el Jardín, los árboles que en un momento fueron pequeños y dejaban pasar el sol pleno al suelo, ya son maduros y dan más sombra. Es más denso el dosel arbóreo. Y también producen frutos y flores. Más especies animales pueden alimentarse de ellos.
“Ocurre una interrelación entre la evolución de la comunidad de aves, y de animales en general, que se asocian al Jardín, y el desarrollo de la vegetación. Ese es el proceso de sucesión”.
“¿Y Ud. decía que preocupa a los gestionadores de jardines?”, pregunto.
“Sí, porque el que piensa en un jardín botánico, piensa única o especialmente en la parte vegetal. Si yo diseño la parte vegetal, por ejemplo, como está diseñada aquí, por zonas fitogeográficas, y hay una parte donde la vegetación es australiana, no debo tener ahí árboles que provienen de la vegetación cubana o de Sudamérica u otras regiones. Pero a las aves no les interesa eso, ellas esparcen las semillas por el proceso de regurgitación, van ‘sembrando’, en determinados lugares, plantas que, según el diseño de la estructura del jardín, no corresponden allí.
“De ese problema nos hablaba la Dra. Ángela Leiva, por muchos años directora del Botánico. En un inicio, vino un especialista extranjero en jardines botánicos y le preguntó: ‘¿No le preocupa el proceso de sucesión?’. Ella respondió que no.
“Luego, con el tiempo, comprendió lo que el experto había querido decir, que es prácticamente imposible mantener estrictamente la estructura, porque dondequiera nacen plantas que no tienen nada que ver con la zona fitogeográfica donde están, pues las semillas han sido diseminadas. Mantener eso con jardineros, en un jardín botánico como este, de más de 500 hectáreas, es extremadamente difícil.
“El proceso de sucesión en lo vegetal tiene una influencia importante sobre la comunidad de aves que habita en el lugar, porque del desarrollo de las plantas depende la disponibilidad de alimento, refugio, sitios de nidificación y otros elementos. Cuando cambia una cosa, cambia la otra. A este tema dedicamos un capítulo del libro.
“Es muy interesante, te permite ver en qué medida el desarrollo de la vegetación ha ido influyendo en especies, en poblaciones que a lo mejor tuvimos en un momento determinado, muy abundantes, y que ahora quizá no lo son tanto, o, por el contrario, en poblaciones que no estaban presentes cuando comenzamos nuestro estudio y que hoy son abundantes pues ha cambiado la estructura de la vegetación, que determina la estructura de la comunidad de aves asociada al lugar”.
El Jardín Botánico Nacional de Cuba abarca unas 500 hectáreas, organizadas en 25 zonas fitogeográficas con unas 3 000 especies en representación de la flora cubana y plantas tropicales de todos los continentes. Ofrece hábitats para aves típicas de diversos ecosistemas, desde áreas más tupidas o densas hasta zonas abiertas y pequeños humedales.
Entre 1983 y 2021 fueron registradas allí 125 especies, incluidas nueve endémicas de Cuba y 12 endémicas del Caribe. El 38% del total de aves registradas nidifican en el Jardín. En los meses de migración invernal llega la mayor cantidad de individuos provenientes de Norteamérica: 74 especies, entre ellas migratorias de invierno, transeúntes (usan el JBN como sitio temporal de paso en viaje al sur o al resto de las Antillas) y migrantes parciales (especies con poblaciones residentes y migratorias).
La vegetación por parches del JBN funciona para las aves como un sistema integrado, donde la disponibilidad de recursos varía de una zona a otra. Ofrece sitios de alimentación, refugio, descanso y reproducción.
(Fuente: Aves del Jardín Botánico Nacional de Cuba)
Con relevantes colecciones de la flora de Cuba y de varias regiones del planeta, paisajes que combinan belleza con interés científico y muchos senderos, rutas y espacio en zonas boscosas o áreas abiertas (vegetación más espaciada) para caminar libremente, el Jardín Botánico Nacional es también de gran valor –como destacan Mugica y Acosta en el prólogo de su más reciente libro–, por ser un sitio de conocimiento y conservación ex situ no solo de plantas (más de 3 000 especies, mayormente árboles y arbustos), sino de otros componentes de la biodiversidad, como las aves.
La Dra. Mugica explica que alrededor del 60% de las 125 especies de aves que han registrado son migratorias o migratorias parciales, “lo que hace que el Jardín tenga importancia regional, por una parte. Por otra, tenemos nueve endémicas de Cuba representadas aquí.
“Tenemos migratorias de invierno, que son la mayoría, y de verano [comienza a finales de marzo e inicios de abril, llegan aves desde América del Sur y permanecen hasta agosto o septiembre para criar].
“En la migración invernal, llegan al país entre septiembre y noviembre, y se van entre febrero y abril. En este mes de marzo ya muchas están comenzando el retorno. Sobre todo de América del Norte, predominan las bijiritas, pequeñas aves de bosque de las que tenemos unas 30 especies, que inundan la mayoría de las zonas boscosas del país”.
Martín aclara que “esa es la migración que se conoce como neoártico-neotropical. Vienen de la zona neoártica, Norteamérica, y emigran hacia el sur, hacia el neotrópico, que abarca desde el sur de la Florida hasta América Central y zonas de América del Sur. Es un tipo de migración, la más fuerte, la que más influye en las comunidades migratorias en el Jardín Botánico y en Cuba”.
Según explican ambos, durante la migración Cuba puede ser el destino temporal final o estadía de invierno, pero también punto de escala o destino de paso camino hacia otras islas del Caribe o Sudamérica. Y la migración de entrada es mucho más fuerte que la de salida, en la que buscan otras muchas vías.
“Eso quiere decir –señala el Dr. Acosta– que en el regreso no tienen forzosamente que pasar por donde mismo entraron a Cuba. Pero hay un elemento concreto: generalmente, la migración fuerte de retorno parte desde la zona norte de La Habana y Matanzas. Hay muchas imágenes de radares meteorológicos de Estados Unidos que muestran cómo se llenan de aves que salen del norte de La Habana y Matanzas, camino a la Florida y el sur de Estados Unidos, la zona del Golfo y el estrecho de la Florida en las noches de migración.
“¿Cómo llegan a esas zonas? A través de varias vías. No quiere decir que pasen por los mismos lugares por los que bajaron, pero llegan a esas zonas del norte cubano porque son las que más cerca quedan del sur de Estados Unidos”.
En cuanto a las endémicas, han registrado, entre otras especies, el carpintero verde, un género endémico cubano, y la cartacuba, un registro bastante reciente, de los últimos dos años.
“No esperábamos que llegara aquí, pero aquí la tenemos”, dice Martín a modo de precisión. “Es un ejemplo de cómo la vegetación va influyendo en la estructura de la comunidad de aves. Nosotros trabajamos muchos años en todas las zonas del Jardín y nunca habíamos avistado una cartacuba.
“Pero en la zona de Pancho Simón se ven cartacubas con frecuencia, porque encuentran ahora una estructura vegetal muy similar a la de los bosques donde normalmente habita la especie y zonas donde nidificar, pues hay un cauce seco en el arroyo estacional Pancho Simón, que está deprimido, y pueden hacer en la tierra las galerías para su nidificación”.
Hay otro registro reciente, el gavilán colilargo.
“Jamás pensamos que llegara al Jardín, y ya está en la zona del pinar. Está criando, ya se han conocido dos nidadas. Está descrito en la mayor parte del país, pero con poblaciones muy pequeñas, en zonas de bosque, montañosas mayormente. Y en La Habana no estaba registrada la especie. Es una especie amenazada. Que esté en el Jardín es importante, por el uso que se le puede dar en el trabajo educativo para demostrar la relevancia de la especie, su papel ecológico”, dice la Dra. Mugica.
Añade que “el pinar se ha vuelto un sitio muy interesante, porque tiene el colilargo, las lechuzas nidificando en muchos lugares. También está allí la bijirita del pinar, que hasta ahora solo estaba descrita para Pinar del Río, en zonas montañosas, también en pinares. Y ahora la tenemos aquí en este pequeño pinar. Una especie que es endémica del Caribe.
“También el juanchiví, que tampoco estaba al principio, típico de nuestros bosques; el totí; el sijú platanero, típico de bosques y que está en la zona de Asia, donde lo pudimos escuchar el mes pasado; el guabairo; el solibio; el tomeguín del pinar.
“Pero tenemos, además, 12 endémicos del Caribe en el Jardín, lo cual interesa mucho a quienes quieren ver endémicos locales y regionales. En conjunto, tenemos más de 20 especies endémicas de Cuba y el Caribe.
“Hay especies que no son endémicas ni están amenazadas, pero tienen una gran importancia, como el sabanero, típico de zonas de sabana, herbazales. Hay una publicación muy interesante de Science sobre las tendencias poblacionales de las aves, en la cual se señala que desde la década de 1970 hay una pérdida de tres billones de aves a escala mundial.
“En ello se incluyen aves comunes como el sabanero, del cual se dice que ha perdido alrededor del 75% de su población. Es decir, aunque sigue siendo un ave común, la tendencia es a disminuir. Y el Jardín tiene poblaciones saludables de sabanero, contribuye a mantener una especie que en algún momento podría pasar a estar entre las amenazadas por el desarrollo de la agricultura y la urbanización, entre otros factores, que van destruyendo cada vez más sus hábitats, que no son los bosques”.
Generalmente, en las campañas y las iniciativas medioambientales se insiste en los bosques, en conservarlos y cuidarlos, restaurarlos. Y no faltan razones para eso, si se toma en cuenta el insustituible rol de ecosistemas complejos y hoy amenazados en muchos casos, como la selva tropical. Sin embargo, a veces se menosprecian otros entornos como la sabana, más proclives a desarrollos urbanos y que también están en peligro.
La Dra. Mugica afirma que, entre las estrategias que han propuesto en el Jardín, está mantener algunas áreas sin limpiar, sin chapear, “porque esa capa herbácea es importante para especies como el sabanero o la codorniz, también típica de áreas herbáceas… Las necesitan para las relaciones de la especie y para nidificar”.
El Dr. Acosta comenta sobre una tendencia que ha tomado fuerza. “A veces nos preocupamos única o mayormente por conservar y proteger las especies que ya están en peligro crítico de extinción, y en muchos casos no logramos salvarlas, porque ya han pasado de su límite mínimo de tamaño de población y hay problemas biológicos como la deriva genética…
“No nos preocupamos tanto por mantener saludables las poblaciones de especies que son abundantes. Puede llegar un momento en que estas tengan caídas bruscas por determinados manejos de hábitat y lleguen a los límites mínimos, a puntos de inflexión, donde ya no hay marcha atrás. Hay que preocuparse por la conservación integral de todas las especies, no solo de las amenazadas”.
Para cerrar el diálogo, pregunto a Martín y Lourdes sobre el peso que ha tenido el Jardín Botánico Nacional en su carrera científica, y sobre la importancia de hallar vías para trasladar a los demás las vivencias y el conocimiento ornitológico que han acumulado allí durante cuatro décadas.
Martín destaca el movimiento de observación y fotografía de aves que ha cobrado fuerza en Cuba durante los últimos años. (Por ejemplo, en Facebook, el grupo público Aves de Cuba cuenta con casi 13 000 miembros).
“Es algo invaluable, porque ese fotógrafo disfruta lo que ha visto y ha recogido, pero también publica la imagen. Con frecuencia, cuando los especialistas trabajan en relación con la distribución de las aves, hay muchos lugares de los que se dice que no está presente cierta especie, porque nadie la ha registrado allí. Pero con este movimiento en todo el país, uno conoce de muchos lugares a los que no puede ir, porque realmente la cantidad de ornitólogos no es suficiente y los recursos son escasos.
“Y cuando uno ve esas imágenes y sabe los sitios donde fueron tomadas, a modo de registro, adquiere información a partir del trabajo de esos aficionados a la ornitología. Hacen ciencia ciudadana, reportan sobre la naturaleza”.
Lourdes confiesa que “el Jardín es parte de nuestras vidas. Ya es algo más que la profesión, es algo personal. Aquí descubrimos un sitio maravilloso, un laboratorio natural que nos dio mucho más que un lugar donde investigar”.
El trabajo en el JBN “nos dio muchas bases para hacer ecología, para estudiar las aves. En la medida en que nosotros tengamos más conocimiento, más podemos trasladar a la sociedad”, destaca la investigadora.
“Sentimos que podemos hacer mucho por la conservación de las aves utilizando este lugar de 500 hectáreas. Haber hecho este libro ha sido lograr un sueño, porque nosotros vamos a pasar, pero el libro queda, llega a las personas, y si el libro queda es porque llevamos muchos años, numerosas horas, trabajando aquí, buscando y analizando información para transmitirla a los demás.
“En la medida en que las personas se apropian de eso, crecen espiritualmente y comienzan a sensibilizarse, a comprender cuánto puede darles y mejorar su calidad de vida este sitio, que no es disfrutar solo de las plantas, sino de las aves y demás especies, de todo lo que aporta al ser humano estar en un medio natural.
“Si logramos, en un país y en una circunstancia como la nuestra, con limitaciones en las posibilidades y recursos para pasar el tiempo libre, que la gente se motive y emplee su tiempo libre en disfrutar de las aves, creo que cumplimos con nuestro cometido como profesionales: les dimos una herramienta con la que aprenden y se sensibilizan, y, en la medida en que sensibilizan, adoptan actitudes de conservación hacia la naturaleza, sienten que el patrimonio natural es de todos.
“Cuando usted no conoce, usted no valora, no cuida. Para valorar, hay que conocer”.