No se sabe con certeza el origen de la conmemoración. Tampoco queda claro qué institución la patrocina. Lo que sí se conoce es que el 18 de agosto se celebra el Día Mundial de la Prevención de Incendios Forestales.
El objetivo de la fecha es, de acuerdo con el sitio especializado diainternacionalde.com, concientizar “a la población de la necesidad de cuidar y preservar nuestros bosques, extremar las precauciones y hacer todo lo posible por evitar los incendios” en ellos. Y es que, a pesar de las diversas condiciones geográficas, el peligro de los incendios forestales atañe a prácticamente la totalidad de los países del orbe.
Investigaciones sobre el tema arrojan que los incendios forestales no siempre han sido como son hoy. Hubo épocas de la historia natural en que fueron más intensos y severos, pero también hubo tiempos en los que su presencia fue mínima y en moderadas intensidades. De acuerdo con un estudio de la mexicana Universidad Autónoma Chapingo, los incendios forestales comenzaron hace casi 470 millones de años; su actividad ha estado principalmente relacionada con los “cambios en la concentración de oxígeno atmosférico y los niveles de humedad que han caracterizado la evolución del clima”.
Se estima que, en la actualidad, la gran mayoría de estos desastres son originados por causas antrópicas; es decir, son provocados por las personas, accidentalmente o no. Aunque pueden ocurrir en todas las épocas del año, la mayoría se registran durante los meses más calientes del verano y la primavera. Sus impactos ecológicos son complejos, con efectos nocivos directos —pérdida de grandes volúmenes de vegetación año tras año, pérdida de animales, degradación del suelo…— o indirectos —contaminación de las aguas, deslizamientos de tierra...—.
El peligro de los incendios forestales tiene que ver con un desafío ante el que se encuentra la humanidad: conciliar su continua expansión con los recursos limitados del planeta. Esto se traduce en hallar un equilibrio entre la lógica de la producción y el respeto al medio ambiente.
La extinción como única estrategia no resuelve el problema. Más allá de los recursos que se destinan a la extinción de los incendios detectados, varios estudiosos han señalado la necesidad de fomentar la inversión en gestión forestal y aplicación de medidas preventivas. Resulta necesario actuar sobre las causas que originan los incendios. Esto implicaría, por ejemplo, la realización de acciones de poda y despeje de malezas y de quemas controladas en invierno.
Los incendios forestales y el daño que provocan a los bosques no son fenómenos contemporáneos aislados. Se trata de una problemática entrelazada con los efectos del cambio climático, y cuya mitigación va a depender fundamentalmente de la importancia que los gobiernos le confieran.