Esta es una historia absolutamente real de una niña que acaba de comenzar el séptimo grado y me cuenta que en el aula se inventan familias:
«Yo soy hija de S que es un padre soltero, o sea, somos una familia monoparental. Pero ahora C quiso ser hijo mío y de mi mejor amiga, le encanta la idea de tener dos madres; somos una familia homoparental muy cool. Como C es rubio, todos se dan cuenta de que la mamá gestante fue mi amiga I. El otro día se sumó a la familia M, que ahora es mi nuera, la esposa de C. Ellos tienen tres hijos que salieron con la piel canela y el cabello rizo de M».
Entonces me aclara que a los nietos no los conoce, solo puede imaginarlos; se ríe y agrega coletillas de moda como XD: «Al final es todo un juego, y no te creas que somos la única familia del aula, hay otras más originales todavía», me comenta y vuelve a reír, pero no como burla, acota: «no nos burlamos, al contrario, es que nos parece muy bien y no tenemos prejuicios. La gente sin prejuicios es el tanque», concluye.
La escuché hasta el final y me quedé pensando que si los adultos no nos ponemos al día, serán los niños, niñas y adolescentes quienes nos impartirán el programa de educación integral de la sexualidad, porque las clases, me explica sabiamente A, las va dando la vida cotidiana: «lo de nosotros es puro invento, pero basado en la vida real».
Un detalle: las letras en lugar de los nombres son para proteger a los adultos más cercanos a ella y a sus amigos, porque no sabe A si estarán preparados para esta crónica.