Liam Ernesto es un niño hermoso, de esos que alcanzan flores, te dan besos cariñosos y te “echan” miradas que te roban el alma. Sin embargo, eso también lo logró por estos días una foto suya que inundó las redes. Aunque él aún no lo sepa.
Aquella mañana solo acompañaría a su mamita para llevarle un poco de café y agua a sus vecinos que trabajaban en el reparto XX Aniversario, de La Lisa, para eliminar los desgarrones que el ciclón Ian había dejado. Así saldría de la casa.
Con tanto bullicio afuera, él no es de los que se entretienen durante mucho tiempo jugando con los dinosaurios que tanto le gustan. Entonces, escogió camisa, botas y sombrero para protegerse del sol y preguntó qué le tocaría llevar.
Claro que conocía a casi todos a los que brindaba agua junto con su hermano Pablo Raúl. Solo que en esta ocasión habían cambiado su traje verde olivo diario por otro de campaña, y en vez de portafolios, ahora agarraban machetes, escobas, guantes, rastrillos...
Él no podía quedarse atrás. Así que comenzó a juntar cuanto gajo y yerba encontró fuera de lugar "y pal' saco", pues el camión al que alcanzaban los vecinos estaba muy alto.
Pronto su afán fue el de su hermano y algunos amigos de la cuadra. ¡Saberse el más pequeño de los presentes no sería obstáculo! Además, recoger yerba, es de las cosas que más ayuda a hacer a su papá en la finca que este ha improvisado en el patio de su casa. Allí “Poli”, como cariñosamente le dicen a este gigante de cuatro añitos, ha creado un mundo fantástico entre viandas, frutales y algunas hortalizas.
A él le encanta saberse útil. Por ello se afanó con los matojos que habían a ambos lados de la calle, le dio ánimos y consejos a sus vecinos, y no perdió tiempo en posar para las fotos.
Solo descansaba de vez en vez para arreglarse el sombrero, decir unas palabritas a todos y hasta provocar algunas sonrisas.
Dice su mamá que esas son sus mayores virtudes: ser espontáneo y darse a querer.
Ella le había explicado cómo la fuerza de un ciclón que pasó por el occidente de Cuba, provocó muchos daños en la tierra de sus abuelos: Pinar del Río y Artemisa, donde pasa algunas vacaciones. Además, que parte de los vientos de ese evento, eran los que había sentido días anteriores en su casita y tumbaron las ramas que él ahora recogía. Por eso no había ido al círculo esa semana, ni su hermano a la escuela.
Así que camina de aquí para allá buscando qué más hacer. Él sabe que los mayores están en un trabajo voluntario, igual que hacía el Che, a quien le debe parte de su nombre. Entonces, como su apoyo los emociona, impone el ritmo de la tarea y la hace suya. Incluso, hasta piensa en lo que le va a decir a su papá cuando le pregunte cuando lo llame: “lo hago por Cuba”.