Acoso

Muchas mujeres hemos sido víctimas de acoso a través de las redes. Internet es un arma de doble filo porque ofrece distancia y al mismo tiempo libertad de expresión, y esta combinación es pésima para depravados y oportunistas. Por tanto, de un modo subliminal o directo puedo asegurar que gran cantidad de nosotras hemos pasado por situaciones incómodas, la mayor parte del tiempo por desconocidos, sin embargo, a veces también desde el entorno cercano.

Se trata de un problema bastante generalizado, y la culpa no es de las plataformas digitales sino de las personas porque en el mundo off line existe violencia de todo tipo, y eso mismo es lo que se manifiesta en las redes, eventualmente de un modo hasta más insistente por la supuesta libertad que mencioné antes. Es un comportamiento que tan solo cambia de escenario y agrede con la misma fuerza. Por ende, mientras no acabe en la vida real, la digital continuará siendo su reflejo.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS 2021), “a nivel mundial casi el 60 por ciento de las mujeres ha experimentado alguna forma de violencia digital, en sus teléfonos o en línea. Una de cada tres mujeres sufre violencia física o sexual infligida por un compañero íntimo o agresiones sexuales perpetradas por otras personas. Esto equivale a cerca de 736 millones de mujeres, cifra que se ha mantenido estable a lo largo del decenio más reciente”.

Vivimos en una época caracterizada por la globalización tecnológica y el auge de Internet, es por eso que la Organización de Naciones Unidas (ONU) aboga por un ambiente que cuide las relaciones y promueva el respeto a los demás.

En su artículo La seguridad de la infancia y la juventud en la red, la ONU destaca cómo se manifiesta este problema en la población vulnerable, y presenta cuáles son los desafíos que tenemos por delante en un entorno complejo donde cada vez estamos más conectados desde edades más tempranas, expuestos a apuros de esta naturaleza como el ciberacoso, y otros males derivados como el abuso y la explotación sexual, incluso la trata de personas.

Es importante que las mujeres sepamos manejar nuestros intereses y en función de ello configurar las redes para permanecer en este universo sin sufrir tanto percance. Aunque, claro, en ocasiones nos sorprenden mensajes cuando menos lo esperamos a pesar de tener establecidos límites en los perfiles.

¿Quién no se ha abierto una cuenta en Facebook o Instagram y casi de inmediato ha comenzado a recibir solicitudes indecentes? Me ocurrió siempre, no una vez ni dos veces, muchas; y todavía, con menos frecuencia ya, pero a cada rato me llegan notificaciones extrañas.

No quisiera parecer xenófoba o racista al decir que en la mayoría de las circunstancias las comunicaciones agresivas parecían venir de hombres indios o árabes. Aunque no importa demasiado la procedencia sino los porqués, aporto que esta afirmación es intuida por sus nombres, rostros y lenguaje. Todavía me cuestiono cómo el logaritmo de las distintas plataformas me ubica en buscadores de personas de procedencias tan alejadas de mi realidad —y hablo en primera persona porque es el ejemplo más nutrido que tengo, no obstante, sé de muchas mujeres con historias similares.

Es un misterio para mí, la verdad, y me pregunto de igual forma qué motivará a un individuo acosar a otro así, cuál será el morbo para acorralar a otro ser que, incluso, se niega, y qué satisfacción macabra encontrarán en esa cacería vulgar. Pienso en tantos testimonios de niñas ingenuas que caen en redes de gente inescrupulosa y se dejan llevar y se atreven a pasarse de la línea.

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Lo peor es cuando la violencia digital tiene cara conocida y nos deja perplejas, ya sea porque procede de una expareja, un compañero de trabajo, o alguien que creíamos amigo. No entiendo la desvergüenza de molestar, trasgredir la confianza, o peor, amenazar o chantajear para recibir a cambio algún beneficio.

Debemos reconocer que el mundo es un lugar donde se violentan los derechos constantemente, que no está bien, pero sucede, y desde la aparición de la web semántica se incrementaron los riesgos porque las agresiones, expresadas de muchas formas —machismos, sexismos, sextorsión— transitaron del mundo físico al espacio virtual. No importa si se es una mujer mediática o poco conocida, son altas las probabilidades de que en algún momento haya soportado el intento de otra persona a vulnerar su estabilidad. Esto no debería normalizarse.

¿Qué podemos hacer? ¿Cómo nos libramos del disgusto de revisar nuestro entorno digital sin calma, con temor de encontrarnos algún tormento? ¿Por qué debemos soportar situaciones que nos fastidian? Estamos hablando de violencia en el ciberespacio, donde son limitadas las oportunidades de encontrar justicia, donde el agresor siente total soltura por su posición casi anónima; necesitamos tener el modo de aplicar leyes que castiguen esta práctica.

¿Qué hacemos mientras? A veces nos comportamos de manera drástica y queremos desaparecer de Internet, cerramos cuentas o cambiamos nombres y fotos. Pese a todo, como en la vida off line, Internet y las redes, son herramientas que nos ofrecen bondades y no es fácil prescindir de ellas; además, la mayor cantidad de incomodidad nos llega de personas completamente extrañas, en otras latitudes. Por tanto, nos toca coexistir, y para ello recomendamos unos breves consejos.

En primer lugar, debemos saber que las redes sociales tienen mecanismos de bloqueo y denuncia. Puede demorar, pero existe el modo de manifestar una acusación y un equipo podrá evaluarla, hacer revisiones, y decidir si advierte o elimina el perfil. A pesar de ello, muy posiblemente el ofensor podrá hacerse una cuenta nueva, y volver a la carga.

La violencia en el entorno digital es muy complicada de resolver por esta causa. Por eso lo que más me funciona es ignorar y suprimir. Así con cada perfil raro que llegue con una propuesta, o comentario incómodo; ni siquiera pierdo tiempo ya en persuadir y exigir tranquilidad, lo borro de mi vida y continúo sin siquiera recordarlo.

Ahora, si el acosador es una persona conocida, o, al menos, del mismo territorio, funcionará bloquearlo, ignorarlo y no discutir ni seguirle la corriente, pero también hacerlo público. En este caso la acusación social en la propia red ayudará a desenmascarar al sujeto ante una comunidad digital que sí le es familiar; contribuirá a silenciarlo un poco, y puede que asimismo otras mujeres víctimas manifiesten contextos parecidos para aportar peso a la revelación.

Antes de dar ese paso conviene hacer capturas de pantalla a la evidencia porque puede servir hasta para elevar la queja ante el poder judicial. Ya será, entonces, cuestión de las leyes de cada país, pero, al menos, puede ser que se acobarde y deje de importunar gracias a la presión y el apoyo popular.

Recomendamos no quedarnos calladas. Si alguna circunstancia nos causa temor, el silencio no es la vía, ayuda buscar protección si sentimos que no podemos manejarlo solas. Revise estos materiales si necesita orientación: Violencia de género en línea: Esto es lo que debes saber y Guía anti-acoso digital para mujeres.