Con Fidel se cumplió al pie de la letra aquello de “adonde el corazón se inclina, el pie camina”. En poco más de un año, recorrió cerca de 50 000 kilómetros en su Chevrolet, adquirido a crédito, que en ese ir y venir, se fundió. Reunió más de 1000 amigos y buenos compañeros, para cantar aquella “mañanita”. Pidió a Miret que practicara a algunos integrantes de la “orquesta” en un local de la Universidad de La Habana. Los disfrazó de sargentos para la ocasión. Cada detalle previsto...
A muchos contagió con su pasión. “Elpidio Sosa vendió su empleo y se presentó un día con trescientos pesos para la causa; Fernando Chenard vendió los aparatos de su estudio fotográfico, con el que se ganaba la vida; Pedro Marrero empeñó su sueldo de muchos meses y fue preciso prohibirle que vendiera también los muebles de su casa; Oscar Alcalde, vendió su laboratorio de productos farmacéuticos; Jesús Montané, entregó el dinero que había ahorrado durante más de cinco años; y así por el estilo muchos más, despojándose cada cual de lo poco que tenía”.
Desde el día antes, ya la mayoría de los hombres están en el lugar que alquilaron para reunirse y ultimar detalles. ¡Hasta que al fin! Llega la madrugada. Parten hacia Santiago a las 4: 45 y a las 5:15 empieza la conquista. Es 26 de julio de 1953, Fidel ha pasado dos días con sus noches en vela. El plan es bueno, el triunfo es posible. Pero como a veces sucede en la guerra, y también en el amor, de la nada apareció el infortunio.
Soldados batistianos y otras desgracias en el camino
“Es entonces cuando veo, más o menos a 20 metros delante de mi carro, a una patrulla de soldados con ametralladoras Thompson (…) Ellos se dan cuenta que pasa algo en la posta de los centinelas, y están como en posición de disparar sobre el grupo de Ramirito y Montané.
(…) lo que debí hacer fue olvidarlos y seguir. Si esos soldados veían otro y otro carro y otro carro, no disparaban. Pero lo cierto es que traté de proteger directamente a los compañeros, me les acerco y ya me voy a bajar para sorprenderlos y capturarlos de espalda, pero en el momento en que estoy acercándome -estaría como a dos metros ya- ellos se viran y apuntan con sus armas. Entonces lo que hago, porque el carro todavía estaba en movimiento, es que se lo lanzo sobre la acera, arriba de los dos”
(…) La situación es que los que van en los demás carros detrás de mí, al ocurrir el incidente se bajan, uno de los que va conmigo, al bajarse por la derecha hace un disparo, y todos los que van detrás de mi carro se bajan a cumplir la instrucción asignada la madrugada de ese día en Siboney (tomar las estaciones que tuviesen enfrente y empujar a los soldados hacia un patio, en calzoncillos, porque iban a estar durmiendo, no había problemas; descalzos, en calzoncillos y sin armas, los haríamos prisioneros). Entonces el tiroteo se generaliza”, contó Fidel.
Cuando se pierde el factor sorpresa
La enorme y decisiva ventaja de la sorpresa se había perdido. El combate se libra fuera del cuartel. Fidel entra al hospital militar para sacar a los compañeros que confundieron ese edificio con el objetivo a ocupar (pues en su mayoría son artemiseños y habaneros). Logra sacar a un grupo reducido. A la entrada del cuartel, le chocan e inhabilitan el carro. Tenacidad y valentía de los asaltantes, a pesar de las circunstancias desfavorables. Heroicas iniciativas individuales, pero ya no había solución.
“Hemos perdido el contacto con el grupo del carro que tomó la posta (Ramiro, Montané y otros). Los de Abel y Raúl, con los cuales no tenemos comunicación, solo pueden guiarse por el ruido de los disparos, ya decreciente por nuestra parte, mientras el enemigo, recuperado de la sorpresa y organizado, defendía sus posiciones.
(…) no había ya posibilidad alguna de alcanzar el objetivo. Tú puedes tomar el cuartel con un puñado de hombres si su guarnición está dormida, pero un cuartel con más de mil soldados, despiertos y fuertemente armados, no era ya posible. Más que los disparos, recuerdo el ensordecedor ruido y amargo ruido de las señales de alarma que dieron al traste con nuestro plan”.
En medio del combate, Fidel protege a los suyos
La protección de los compañeros en peligro es innata en Fidel. Lo demostró ante el riesgo de muerte que asechaba a los suyos cuando tomaban la posta de la entrada del cuartel. También, al penetrar en el hospital militar a sacar de allí a los que desconocían la zona. En los minutos más difíciles del combate, igualmente mantendría la responsabilidad del resguardo de sus camaradas.
No habían transcurrido más de 30 minutos y tal vez menos, cuando se resignó a la idea del revés de la acción. Comienza a dar órdenes de retirada. Se para en medio de la vía con su escopeta calibre 12. En la azotea del edificio del cuartel hay un soldado con una ametralladora pesada calibre 50 que amenaza con “barrer" a rafagazos la calle . El de Birán se encarga de aquel, mientras parte de su tropa sube a los carros y se retira.
“Ya no se ve a nadie, ni un solo combatiente se ve, y en el último carro me monto, y después de estar dentro, a la derecha de la parte trasera, aparece un hombre de los nuestros allí, uno que ha llegado allí y se va a quedar a pie. Entonces, me bajo y le doy mi puesto. Y le ordeno al carro que se retire.
Y me quedé solo allí, en el medio de la calle, solo, solo, solo. Ocurren cosas inverosímiles en tales circunstancias. Allí estaba solo, en la calle, frente a la entrada del cuartel… A mí me rescata un automóvil al final. No sé cómo ni por qué, un carro viene en mi dirección, llega hasta donde estoy, y me rescata.
Yo quise siempre conversar con ese hombre para saber cómo se metió en el infierno de la balacera que había allí. Pero como en muchas otras cosas, usted cree que tiene cien años para hacerlo… Y ese hombre murió hace más de diez años. Se llamaba Santana”.
Rendirse no es una opción para el líder
Ya en el vehículo, el autor material del plan para derrocar a la dictadura batistiana, se le ocurre tomar “El Caney”, un cuartel relativamente pequeño, pero de alguna forma quería apoyar a los compañeros que en ese momento tomaban el de Bayamo creando una situación de combate en Santiago de Cuba. Y pasar así a la guerra irregular en la montaña, tal cual habían previsto en caso de no poder ejecutar el plan inicial de ocupar las armas del campamento y hacer un llamamiento a la huelga general de todo el pueblo.
“Mi preocupación instantánea cuando el carro llega a rescatarme fue cómo apoyar a la fuerza que atacó el cuartel de Bayamo (…) Yo no sabía lo que estaba pasando en Bayamo. Doy por supuesto que ellos han tomado aquel cuartel. Y era para mí en ese instante la preocupación principal”.
Transmite la nueva instrucción a los que están en la avenida. Son solo tres o cuatro carros, de los 16 con que empezaron la acción. Los hombres también diezmados, unos 20, de 120 inicialmente. Un auto que va delante no sabe dónde queda ese cuartel y se equivoca de dirección. Del grupo que sale con Fidel, no se ve a nadie más por ningún lado.
Han sufrido un duro golpe y es difícil llevarlos de nuevo a la acción. Vuelven a la Granjita Siboney para reorganizarse. Varios carros han regresado y allí el Comandante se encuentra, según él, “de todo: los que iban guardando armas, la gente que no podía, gente herida, gente que no podía caminar…Una situación de desmoralización total”.
“Nosotros frente a los reveses del 26 de julio, al instante, al segundo, sólo pensábamos en empezar de nuevo, sólo pensábamos en la hora de volver a la lucha; sólo pensábamos, cuando oíamos las noticias espeluznantes de los asesinatos cometidos, que tendría que llegar un día en que ajustáramos cuentas con ellos”.
Lo triste y feliz del Moncada
Al conversar sobre los hechos del 26 de julio, en diferentes ocasiones Fidel reitera que se trataba de un buen plan, y reflexiona: “Los de Abel toman el edificio que debían ocupar (el hospital al fondo del cuartel), el grupo en que va Raúl también ya ha tomado el Palacio de Justicia (…) Se había logrado lo esencial, que era la sorpresa total, hasta el choque imprevisible y casual con la posta cosaca, y uno se lamenta mucho de no saber lo que habría pasado…”
La maldita casualidad de tropezarse con aquellos soldados que recorrían las cercanías del cuartel, -al parecer como medida preventiva con motivo de los carnavales-, acabó con el sueño de ese mismo día derrocar a la tiranía y, lo más lamentable, arrebató la vida de muchos revolucionarios.
“Aquella tarde en que todo era amargura y dolor, en que sobre nuestro ánimo pesaba el dolor de los compañeros que habían muerto y el dolor de la derrota que obligaba a la Patria a una espera, cuyos límites era imposible”.
Quizás como en ningún otro escrito, en la “La Historia me Absolverá”, encontramos los sentimientos y análisis más profundos de Fidel respecto a los sucesos del Moncada.
“A los que me llaman por esto soñador, les digo como Martí: ‘El verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado esta el deber’ (…) Únicamente inspirados en tan elevados propósitos, es posible concebir el heroísmo de los que cayeron en Santiago de Cuba”.
“Hace falta tener una fe muy grande en su patria para proceder así, y estos recuerdos de idealismo me llevan directamente al más amargo capítulo de esta defensa: el precio que les hizo pagar la tiranía por querer librar a Cuba de la opresión y la injusticia”.
“Multiplicad por diez el crimen del 27 de noviembre de 1871 y tendréis los crímenes monstruosos y repugnantes del 26,27,28 y 29 de julio de 1953 en Oriente… Pero no quiero que la ira me ciegue, porque necesito toda la claridad de mi mente y la serenidad del corazón destrozado para exponer los hechos tal como ocurrieron”.
“Para mis compañeros muertos no clamo venganza. Como sus vidas no tenían precio, no podrían pagarlas con las suyas todos los criminales juntos. No es con sangre como pueden pagarse las vidas de los jóvenes que mueren por el bien de un pueblo; la felicidad de ese pueblo es el único precio digno que puede pagarse por ellas.
“Mis compañeros, además, no están ni olvidados ni muertos; viven hoy más que nunca y sus matadores han de ver aterrorizados como surge de sus cadáveres heroicos el espectro victorioso de sus ideas. Que hable por mí el Apóstol: ‘Hay un límite al llanto sobre las sepulturas de los muertos, y es el amor infinito a la patria y a la gloria que se jura sobre sus cuerpos, y que no teme ni se abate ni se debilita jamás; porque los cuerpos de los mártires son el altar más hermoso de la honra’.
Al estudiar la historia del Moncada y la autodefensa de Fidel, comprendemos su sentir: "El nombre 26 de julio ha de pesar muy hondamente en el corazón de cada uno de nosotros". Vislumbramos porqué prosiguió la lucha y se echó a sus espaldas el destino de la nación. Entendemos que el Moncada abrió las vías de la ulterior unión y movilización del pueblo hacia la victoria. Afirmamos que no puede ser otro el Día de nuestra Rebeldía Nacional.
“Hoy, aunque es cierto que nos entristece por un lado el recuerdo de los que cayeron; aunque es cierto que no es posible visitar esta ciudad y no evocar el nombre de tantos compañeros queridos que desaparecieron, también es cierto que hay en sus familiares, como en sus compañeros como en todo el pueblo, la satisfacción de que ellos lucharon por algo útil, de que ellos fueron como la semilla que fructificó esta obra, de que gracias a ellos el pueblo es feliz; gracias a ellos los niños son felices, y por eso, al ganar esta batalla de hoy, esta batalla sin muertos, esta batalla sin cadáveres y sin heridos, esta batalla hermosa, esta toma del Cuartel Moncada sin sangre, hoy tenemos que sentirnos verdaderamente emocionados y tenemos que sentirnos verdaderamente felices. Hoy Santiago está feliz; hoy toda Cuba está feliz; hoy nuestros muertos están contentos; hoy es un día feliz de la Patria”.
Vea además:
Discurso pronunciado durante la entrega del Cuartel Moncada al MINED. Santiago de Cuba, 28 de enero de 1960.
En video, Fidel habla del Moncada en el programa Mesa Redonda
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