Al referirse a Sergio y Luis Saíz Montes de Oca, en carta difundida por la emisora venezolana Radio Continente, en agosto de 1958, la madre escribió: «(….) eran mis hijos, niños si se quiere en el orden cronológico, pero hombres dignos en su manera de pensar y actuar; que se irguieron verticales en la vida, como lo hicieron ante la muerte”.
En ese párrafo se advierte su admiración y respeto a la memoria de sus dos únicos hijos, vilmente asesinados ante la taquilla del cine Marta, en San Juan y Martínez, localidad perteneciente a la provincia de Pinar del Río, el 13 de agosto de 1957, por el soldado Margarito Díaz, quien pretendió registrar a Sergio, a lo que este se resistió y en el forcejeo cayó al piso.
Al percatarse de ello, su hermano Luis, que muy cerca conversaba con una muchacha, acudió en su auxilio y fue baleado por el militar. Lo mismo sucedió con Sergio, quien tras abrirse la camisa le espetó al militar: “Asesino, has matado a mi hermano, hazlo conmigo también».
El soldado se refugió en el cuartel Domingo Montes de Oca ―coronel del Ejército Libertador ascendiente de la madre de las víctimas―, donde el jefe de la instalación castrense obvió levantar las actuaciones y en lugar de detenerlo lo envió al regimiento Juan Rius Rivera, de Pinar del Río.
La repulsa popular no se hizo esperar y en masiva manifestación, el pueblo sanjuanero acompañó a Luis y Esther hasta el cementerio de la localidad para dar sepultura a los heroicos jóvenes.
Respetuosos, estudiosos, decididos…
Luis Rodolfo había nacido en La Habana, el 4 de noviembre de 1938, y Sergio Enrique en San Juan y Martínez, el 8 de enero de 1940. La madre, Esther Montes de Oca Domínguez, era maestra de instrucción primaria, y el padre, Luis Saíz Delgado, juez en esa localidad, los criaron en un ambiente amoroso, pacífico y solidario, y les inculcaron el gusto por la lectura, en especial de las obras de José Martí, sin dudas fuente de sus ideales revolucionarios.
El amor al estudio los llevó a no contentarse con las clases recibidas en las escuelas, si no a aprender mecanografía e inglés, idioma que llegaron dominar. Además, cultivaron la prosa y la poesía, mediante las cuales expresaron sus sentimientos patrióticos e ideales políticos, los cuales les condujeron a enfrentar la tiranía instaurada en el país por Fulgencio Batista, tras el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952.
Cuando fueron asesinados, Luis cursaba el segundo año de la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana, y Sergio se disponía a matricular Medicina, una vez concluido el bachillerato.
Ambos fueron dirigentes del estudiantado en el Instituto de Segunda Enseñanza de Pinar del Río, donde Luis fungió como vicepresidente de la Asociación de Estudiantes en el curso 1953-54, actividad en la cual se caracterizó por sus firmes decisiones políticas. Ingresó en la universidad en septiembre de 1955, donde su actitud revolucionaria le ganó el respeto y la simpatía de sus condiscípulos, quienes no tardaron en elegirlo su delegado ante la Federación Estudiantil Universitaria, e integró el Directorio Revolucionario.
Siempre estuvo entre los estudiantes que, conducidos por José Antonio Echeverría, bajaban la escalinata del centro de altos estudios en franco desafío al régimen. Cerrada la universidad en noviembre de 1956, retornó a San Juan y Martínez, donde se incorporó al Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7), del cual fue electo coordinador municipal en agosto de 1957.
En noviembre de 1955 Sergio fue electo secretario de la Asociación de Alumnos del Instituto, y a la defensa de los derechos de los estudiantes sumó la lucha por la erradicación de los fraudes en los exámenes, la venta de notas y el amiguismo con los profesores en busca de buenas calificaciones. Desde allí dirigió una huelga estudiantil en solidaridad con los participantes en el asalto al Palacio Presidencial y la toma de Radio Reloj, el 13 de marzo de 1957.
A inicios de agosto de ese año, ambos participaron en las protestas generadas por el asesinato de Frank País García, el 30 de julio del mes precedente, en Santiago de Cuba. Sergio fue, asimismo, jefe de acción y sabotaje del MR-26-7 en San Juan y Martínez, por lo cual era muy buscado por los esbirros de la tiranía.
Bajo el influjo de las enseñanzas obtenidas con la lectura de las obras de José Martí, los hermanos Saíz Montes de Oca eran aliados natos de los trabajadores del campo y de la ciudad. Plenamente identificados con ellos, disfrutaron sus victorias y sufrieron sus reveses.
Como secretario general de la Asociación de Estudiantes del Centro Especial de Inglés, de San Juan y Martínez, Sergio, en unión de otros compañeros, impulsó la apertura de una escuela nocturna para obreros y campesinos de la localidad y sus contornos, donde, además de impartirles los primeros grados de la enseñanza elemental, les aportaban nociones sobre Derecho Constitucional, Moral y Cívica, y Economía Política, lo cual bastó para que el gobierno decretara su cierre.
El reino de la impunidad
«No temas, algún día te sentirás orgullosa de nosotros», le aseguraron Luis Rodolfo y Sergio Enrique Saíz Montes de Oca a la madre, cuando al anochecer del 13 de agosto de 1957, salieron del hogar dispuestos a ejecutar una acción dedicada a celebrar el cumpleaños 31 de Fidel Castro Ruz, quien desde diciembre del año anterior dirigía la lucha guerrillera en la Sierra Maestra.
Transcurridos unos cinco minutos de la partida, aquellos valientes y decididos muchachos, que apenas habían traspasado el umbral de la juventud, fueron vilmente asesinados. El entierro fue acompañado por una masiva manifestación del pueblo sanjuanero en demostración de solidaridad con los padres de las víctimas y de repudio al abominable crimen.
Acerca de la postura del jefe del cuartel, en carta publicada el 7 de febrero de 1958 por el periódico pinareño Vocero Occidental durante un breve levantamiento de la censura de prensa, el padre denunció que el jefe del cuartel acudió al lugar «(…) no para investigar los hechos y tratar de restablecer la justicia escarnecida, sino para amedrentar a los vecinos de esta villa que en las aceras circundaban la casa de socorros y lloraban con nosotros la pérdida de nuestros hijos. El crimen se engalana con la vejación».
Desde entonces, el hogar de Luis y Esther fue uno más entre los miles que sufrieron la definitiva ausencia de padres, hijos, hermanos…, víctimas del oprobioso régimen al cual se empeñaron en combatir hasta su exterminarlo total.
En carta a su amigo, el juez Saíz, el 17 de agosto de 1957 Raúl Roa García aseguró:
«(…) Las circunstancias los han convertido en símbolo y como mártires pasarán a la historia. No en balde la conciencia toda del país se ha sublevado contra tan abominable crimen, rompiendo el silencio de espanto en que vivimos sumidos».