Ese día quedó para la historia no solo como el inicio de la guerra de independencia que se prolongaría por 10 años y que culminó sin que los insurrectos, agotados y divididos, pudieran alcanzar la libertad sobre el colonialismo español.
También marcó el comienzo del fin de la esclavitud en la isla, cuando el abogado Carlos Manuel de Céspedes, al repique de las campanas de su ingenio La Demajagua, declaró la libertad de su dotación y alzó en armas a los cubanos junto a otros patriotas del oriente de Cuba.
Ese acontecimiento significó, a juicio de los historiadores, un triunfo de las ideas independentistas, frente a quienes abogaban por continuar el sometimiento a la metrópoli y a los que se conformaban con el reformismo o los que incluso eran partidarios de la anexión a la naciente potencia estadounidense.
Con las luchas que seguirían por una década en la primera guerra por la independencia de Cuba, maduró la conciencia patriótica entre los cubanos, y con ella nació definitivamente la nación cubana.
A diferencia del resto de América Latina, donde la mayoría de naciones ya habían alcanzado la libertad, Cuba continuada sometida a España en buena medida gracias al mantenimiento de la esclavitud y al supuesto peligro que representaba la liberación de quienes constituían por entonces más de la tercera parte de los habitantes de la isla.
Pero Céspedes borró con un solo gesto ese fantasma al expresar en el batey de La Demajagua:
“¡Ciudadanos, exclamó, hasta este momento habéis sido esclavos míos. Desde ahora, sois tan libres como yo. Cuba necesita de todos sus hijos para conquistar la independencia!. Los que me quieran seguir que me sigan; los que se quieran quedar que se queden, todos seguirán tan libres como los demás».
Y así gran parte de los esclavos conformaron las huestes mambisas y más tarde en la Constitución de Guáimaro, la primera carta magna con que contó Cuba, quedó refrendado el principio de entera libertad para todos los ciudadanos de la nación.
La lucha iniciada en el oriente de Cuba pronto se extendió a otras zonas del país y aunque finalmente no se logró la independencia, influyó decisivamente en la historia de Cuba. En la isla ya había prendido la llama de la insurrección, y a ella le siguieron la llamada Guerra Chiquita (1879-1880) y la Guerra de independencia (1895-1898), organizada por José Martí y cuya victoria total fue frustrada por la intervención estadounidense en la contienda para dar paso a más de medio siglo de dependencia del vecino del norte.