Las semanas previas a aquella mañana de la Santa Ana, en 1953, debieron ser tremendamente inquietantes, motivadoras, de incertidumbre pero a la vez, de una mezcla de rebeldía y optimismo, de un sentimiento patrio capaz de mover montañas, hermanar hombres y mujeres, desafiar muros, miedos, llevar adelante los más inimaginables retos.
Aquellos jóvenes de la que después se conocería como la Generación del Centenario, llegaron a Santiago de Cuba desde diversos lugares de la Isla, en su mayoría no se conocían, tenían edades y procedencias diversas, algunos casi analfabetos, otros letrados; algunos con mejor respaldo económico, otros capaces de vender hasta sus pocos instrumentos de trabajo y pertenencias personales para reunir dinero y trasladarse; pero todos, todos, como un mismo fin: el inicio de una nueva etapa de lucha contra la dictadura batistiana y los deseos enormes de ver a Cuba libre, construir una sociedad justa, "con todos y para el bien de todos".
Cuentan que el traslado hacia el Oriente del país también sería de disímiles formas, por diversas vías y pudo camuflajearse gracias al ajetreo de esos días en que cada año se desarrollaban carnavales en la urbe santiaguera. No debió existir, para esos jóvenes, ni un solo instante en que no se pensara en los riesgos, en las implicaciones reales de lo que estaban dispuestos a realizar, cuánto podría costarles, sin saber a ciencias ciertas cuál era la acción a la que habían sido convocados, su dimensión y trascendencia.
Los días más cercanos a los hechos del 26 de julio, la preparación en la Granjita Siboney y el posterior traslado a la ciudad y a Bayamo, la cercanía con los principales líderes de la acción, conocer apenas unas horas antes de que se trataba, los detalles de aquello que ya se avizoraba peligroso pero estremecedor, debieron marcar -cada segundo- a cada uno de esos jóvenes, muchos de los cuales perderían la vida durante las 72 horas después de los ataques a los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
"Podrán vencer dentro de unas horas, o ser vencidos, pero de todas maneras, !óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras este movimiento triunfará. Si vencen mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la Isla. !Jóvenes del Centenario del Apóstol, como en el 68 y en el 95, aquí, en Oriente damos el primer grito de LIBERTAD O MUERTE!", les dijo Fidel el 25 de julio.
Las horas, los dias, las semanas posteriores a las acciones fueron profundamente dolorosos, la tiranía desató una carnicería contra quienes habían cambiado, en apenas unas horas, el rumbo de la historia de su país y marcado su futuro para siempre. Duele pensar en lo que pasaron muchos de ellos: vejaciones, persecución, torturas, secuestros, amenazas, engaños, pérdida de amigos y familiares de la forma más cobarde y cruel posible, encarcelamiento a todos los que supuestamente, podían estar vinculados. "Ya estamos en combate", había sido el llamado de uno de ellos -reconocido como "El Poeta"- antes de salir a la contienda, y así fue; a pesar de todo lo que sobrevendría después, ese combate no tuvo más pausa hasta la victoria definitiva de enero de 1959 y persiste hoy contra los que aun sueñan con que volvamos a ser colonia.
Lo que el entonces joven Fidel Castro definiría como "el motor pequeño que impulsaría el motor grande de la Revolución", sigue siendo hoy uno de los hechos más extraordinarios de nuestra historia, al que tendremos que acercarnos siempre los cubanos una y otra vez cuando pensemos que son difíciles los tiempos, cuando parezcan más oscuros los caminos, porque a pesar de todas las vidas perdidas, se demostró que es posible convertir los reveses en victoria, sin tiempo para el cansancio, cuando se trata de un futuro mejor para todos.
La rebeldía de los protagonistas del 26 de julio en Santiago de Cuba y Granma es la misma que ha acompañado a nuestro pueblo hasta nuestros días, la que llevamos en las entrañas y nos hace seguir construyendo Revolución en las mismas narices del imperio más poderoso de la historia, la que nos hace sonreír cada día y seguir adelante a pesar de bloqueos, sanciones, crisis económica y la más salvaje guerra mediática.
Son otros los tiempos, otros los desafíos, realmente muy complejos, pero al recordar aquella mañana de la Santa Ana, siempre vuelvo a nuestro Líder histórico en su Alegato de autodefensa "La Historia Me Absolverá": "Hay una razón que nos asiste y es más poderosa que todas, somos cubanos y ser cubanos implica un deber. No cumplirlo es crimen y es traición". Sobran las palabras.