Lo que ocurrió aquel 26 de abril de 1986 cuando explotó el reactor 4 de la Central Nuclear Vladimir Ilich Lenin, ubicado al norte de Ucrania, a 3km de la ciudad de Pripiat, a 18 de la de Chernóbil y a 17 de la frontera con Bielorrusia, aún permanece en los corazones y recuerdos ahogados en lágrimas de miles de familias que dejaron de ser y tuvieron que adaptarse a una nueva realidad.
Considerado el peor accidente nuclear de la historia, la tragedia de Chernóbil estalló en un instante y opacó lo colorido de la vida humana, de la salvaje, de lo verde de arbustos que mutaron a tonos rojizos. Es hoy una ciudad abandonada entre calles desiertas, parques fantasmas, hogares congelados en el tiempo con la mesa servida, una imagen tan real como desoladora.
Brigadas de bomberos que ayudaron a controlar el fuego, las que apoyaron a descontaminar áreas, más toda la población que vivía alrededor de la central sufrieron los efectos de los altos niveles de radioactividad en el aire, unos al punto del deceso, mientras que otros con el paso de los años comenzaron a padecer de enfermedades dermatológicas y varios tipos de cáncer.
Miles de niños de la antigua Unión Soviética fueron víctimas de aquel infortunio. Al primer llamado de auxilio de la URSS, Cuba tendió su mano, fue así que especialistas cubanos viajaron a ese continente para analizar los casos más afectados, los cuales fueron prontamente asistidos en la Ciudad de Pioneros José Martí de Tarará, convertida en un gran sanatorio.
Los primeros 139 niñas y niños soviéticos que vinieron para distintos tratamientos tocaron suelo cubano el 29 de marzo de 1990, el propio líder de la revolución cubana, Fidel Castro Ruz, los recibió en la escalera del avión. Ese primer grupo fue el origen del programa médico cubano que asistió a niños de Chernóbil de manera gratuita por 21 años consecutivos.
Cuando apenas habían transcurrido siete años de existencia de la iniciativa humanitaria, Castro Ruz, en la clausura del VI Seminario Internacional de Atención Primeria el 28 de noviembre de 1997, subrayaba que Cuba sola había atendido más niños de Chernóbil que todo el resto de los países del mundo, aunque los medios de divulgación del Norte no comunicaran de eso.
“¡Casi quince mil niños! (…) Sin el socialismo no habrían sido atendidos en Cuba 19 mil niños y adultos de las tres Repúblicas afectadas en ese accidente nuclear, la mayoría de ellos atendidos en pleno periodo especial”, advertía el Comandante en Jefe. Las estadísticas apuntan que en total fueron atendidos más de 26 mil niños de Rusia, Bielorrusia, Moldavia y Ucrania.
El Doctor Carlos Dotres, quien fuera el director de los servicios médicos de Tarará para después ejercer como Ministro de Salud, de acuerdo con una publicación del periódico Granma que data del año 1999, expuso que “las alteraciones de la salud de esos niños estuvieron asociadas a las radiaciones ionizantes, como también a factores de índole genético, ambiental y social”.
Según el especialista, los médicos y la comunidad científica cubana que estuvieron volcados en esa sensible tarea, trataron a infantes con enfermedades oncohematológicas. Para algunos fue necesario hacer trasplante de médula ósea y de riñón, cirugías cardiovasculares y ortopédicas por malformaciones genéticas y físicas, respectivamente.
Más de un centenar de operaciones de tumores malignos y benignos fueron ejecutadas. Fue alto el número de menores con problemas de tiroides. “Aquejados de vitíligo, alopecia y psoriasis recibieron el apoyo de especialistas del Centro de Histoterapia Placentaria. Miles de niños fueron inmunizados con las vacunas cubanas de hepatitis B y la antimeningocócica BC”, añadió Dotres.
Cuba asistió de atención médica, estomatológica y psicológica, enfermería general y rehabilitación integral, y para la curación de estos niños contó con el apoyo de 15 instituciones médicas de alto nivel científico.
La solidaridad y humanismo del pueblo cubano son tan valiosas, casi que únicas en el mundo, no por gusto la presidenta de la Asociación de niños de Chernóbil, Irina Ivasenko, un día le exclamara a Fidel, “¡Un país tan pequeño y con un corazón tan grande!”.