La paciencia es una virtud que pocos poseen, sobre todo en esta vida de adultos que es convulsa, apurada, atestada de propósitos que queremos hacer en menos de nada. Es cierto que unas personas más que otras poseen esa incapacidad para esperar, incluso para trabajar con sosiego en lo que deben, y actúan de “corre corre” como si no hubiera tiempo para más, a riesgo de atropellar lo que hacen, cuando en realidad a veces solo es cuestión de planificación, de aprender a priorizar y disponer tareas.
No se trata de aplaudir la parsimonia que a otros exaspera porque es exagerada, pero la calma se puede ejercitar hasta cierto punto, bajo determinado contexto. Quizás es difícil, pero no imposible, y, además, vale la pena, sobre todo cuando conservar la paz interior es la única opción que tenemos porque no todo depende de nosotros sino de un conjunto de factores.
Algunos dicen que el asunto es que a veces aburre la tranquilidad, y que esperar desespera, estresa y ofrece la sensación de pérdida de tiempo. Pensemos en una persona así de abatida que dependa del transporte público para llegar a un sitio, o que se encuentre en un hospital en lo último de la cola para ser atendido. En estos casos no le queda más remedio que buscar serenidad, pero cada minuto le agobia porque no tiene aguante, y puede ser de verdad un capítulo tenso.
Es cierto que está condicionado por la cultura, y, por supuesto, es individual, pero a nadie le gusta malgastar horas, por eso lo recomendable es aprovechar la espera haciendo alguna diligencia. Cuando decimos que podemos educarnos si nos organizamos, nos referimos, por ejemplo, a, si mañana debo ver al otorrinolaringólogo y sé que es una consulta de mucha demanda, y con alta probabilidad de demorar, pienso desde antes cómo podré aprovechar ese momento, con el menor agobio posible. Leer, adelantar un texto, o pintar, son opciones para mí, pero las iniciativas son tan diversas como diversas son las personas.
El malestar por querer salir pronto de cada objetivo tiene pocas soluciones, y de nada sirve molestarnos porque así no se resolverá agilizar. La actitud que tomemos cambia el escenario, y meditar puede prevenir un poco nuestra disposición ante lo inesperado, pero considero que aprovechar la espera, una vez que llega, es la mejor manera, pues igual estaremos adelantando en la actividad que sea que escojamos.
Por eso siempre ando con mis papeles, y en el peor de los casos el teléfono es mi aliado. El mejor entorno es cuando puedo prepararme con anticipación, ya sea por viaje o por proceso burocrático, entre tantos otros dilemas, siempre me ayuda a salir de ciertos pendientes que tengo ahí en pausa. De ese modo no solo empleo mi tiempo, sino que mi impaciencia no molesta a los demás.
Se trata también de soportar y ser fuerte ante los contratiempos porque a veces la espera nos sorprende y no nos deja tiempo para organizarnos, y para eso puede ayudar practicar yoga con sistematicidad, hacer ejercicios de respiración para relajarnos y mentalizarnos en que no siempre dependerá de nosotros y que la irritación no nos llevará a lugar seguro.