“¿En qué universo viven los influencers donde no hay coronavirus?”, escribe Laura en su estado de Instagram, mientras que en las cuatro paredes de su apartamento ve crecer a Patricia, alejada del mundo que le encantaría mostrar a la pequeña traviesa, pero del que hace más de un año se aísla debido a la pandemia.
Mundos, sin lugar a dudas, perfectos. Platillos exquisitos, cafés con espumita, filtros de flores sobre caras sin granos, playas hermosas, tutoriales para lograr el delineado perfecto… Likes, muchos likes… Cuanta imagen y video para recreación y deleite podemos encontrar en los perfiles de redes sociales tanto de famosos como de usuarios comunes. Sin embargo, quizás sea este el mundo del que quiere salvar Laura a su niña.
“Las redes sociales se han convertido en una obra de teatro repleta de vidas perfectas, relaciones felices, apasionadas y sin problemas, juventud eterna, sonrisas perennes. Los actos son tan maravillosos como permita la imaginación”, expone un artículo del periódico dominicano El Diario Libre sobre la traspolación a la vida off line de estas estéticas, conductas y aspiraciones “rosas” que constantemente consumimos y asumimos de las redes sociales.
En una entrevista trasmitida por la emisora británica BBC Radio 5 Live, Nick Knight, un especialista en estilo de vida (un empleo común en los países del primer mundo), comenta que un estudio de 2018 de Real Sociedad de Salud Pública de Reino Unido titulado #StatusofMind recogía que el 91% de los jóvenes de entre 16 y 24 años de esa nación emplean Instagram, Twitter, Facebook y Snapchat (en ese orden) para relacionarse.
Según este informe, los índices de depresión y ansiedad en esa franja de edad han aumentado un 70% en los últimos 25 años: “(…) ver día sí y día también fotos que representan la imagen perfecta que hemos creado en la sociedad y que los anunciantes han reforzado es perjudicial. Es dañino porque piensan que es algo que pueden lograr. Y la verdad es que, primero, esa no es la realidad. Y segundo, no lo necesitan para ser validados”, argumenta Knight.
Entre las preocupaciones que infunden estas plataformas en los más jóvenes está el miedo a ser excluidos (por el físico, gustos, niveles de popularidad, cantidad de seguidores, etcétera), de no estar al tanto de lo que pasa en las redes sociales porque no se estaba en línea; la presión de caerle bien a los demás, de generar «me gustas» y comentarios positivos; y sentirse abrumados por el intercambio excesivo de mensajes.
Más adelante en la misma entrevista con la BBC, el experto en relaciones públicas, Mark Borkowski, explica que este fenómeno es “culpa de la telerrealidad, que crea estrellas que todos creemos poder llegar a ser.
“(…) a todo el mundo le parece una vida maravillosa, viajando alrededor del mundo, de vacaciones todos los días, en los mejores hoteles. Muéstrame a alguien, cualquier estrella de Instagram o YouTube que no sea estéticamente agraciado. No pueden. No tienen escapatoria. Es un mundo en el que es muy difícil ser honesto, porque precisamente sus seguidores no quieren verlos en las horas bajas, en los momentos de soledad”, expresa Borkowski.
Del otro lado del océano, atravesando la Cordillera de los Andes, el panorama no parece ser muy distinto. Daniel Elgueta, psiquiatra del Instituto Psiquiátrico de Santiago de Chile, expone que los adolescentes de su país “tienen cada vez más presiones no solo en lo académico, sino también en otros ámbitos de la vida, muy relacionado con los pares y las imágenes que proyectan en los medios”.
En concordancia con Mark Borkowski, el Dr. Elgueta recalca que estos ideales estéticos que se promueven en redes sociales pueden llevar a cuadros de trastornos de la autopercepción, como la delgadez extrema en las mujeres. De hecho, hasta las propias estrellas de estas plataformas son víctimas de estas presiones.
La vida que proyectan los muchos influencers es de un vivir lúdico continuo y pareciera fácil ser exitoso, pero eso ya es otra historia de la que más adelante hablaremos. Lo importante como usuarios es saber apreciar de estos contenidos sin que ello afecte la capacidad de disfrutar de lo verdaderamente importante y bello, porque no tiene filtros, ni correcciones de color, ni gente perfecta, ni música de fondo: la vida real.