En las últimas semanas Denisse García ha conjurado muchas veces la llegada de septiembre. Ingeniera informática y madre de una niña de 11 años, lleva muchos meses en modo teletrabajo y ya vivió –casi sufrió, confiesa- un curso escolar por televisión.
“En julio, cuando las cifras de la pandemia se pusieron más feas, lo primero que me vino a la cabeza fueron las clases, el inicio del curso. Cruzaba los dedos para no tener que empezar virtual de nuevo. No me he perdido una noticia sobre la vacuna pediátrica en estas últimas semanas”, rememoraba al otro lado de una llamada de WhatsApp.
Para Denisse “quedarse en casa” ha sido un trago necesario, pero bien amargo. Su esposo está en “zona roja”, no ha dejado de hacerlo durante toda la pandemia pues trabaja como tecnólogo en un hospital capitalino. Las familias de ambos viven en otras provincias del centro de Cuba. Lo que era un viaje relativamente corto cuando ambos terminaron la universidad y decidieron quedarse en La Habana, hace poco más de una década, ahora se ha convertido en una separación de años luz, por obra y gracia de un virus que multiplicó las distancias y profundizó muchas brechas.
Para complicarle el panorama, Amalia, la hija, quiere volver a la escuela y a su grupo; a la aventura de la naturaleza en la casa de los abuelos; a montar patines y a las clases de ballet.
“Ella extraña la calle y está llegando a una edad en que el juego y los muñequitos ya no son suficientes. Cada vez más necesita tener cerca gente de su edad. A pesar de todo, me alegro de que empiecen las clases, aunque sean virtuales. Tendré un pretexto para ordenarle un poco los horarios y las tareas le dan a ella una razón para hablar por teléfono con las amigas todo el tiempo”, reflexionó Denisse.
También contó de las sayas de uniforme “que ya no tienen dobladillo para alargar” y de cómo tendrá nuevamente que cambiar la posición de los muebles de la sala, para que el televisor quede de espaldas al balcón y en un lugar donde ella –además de Amalia- pueda verlo desde su puesto de trabajo frente a la computadora; del “horario del día”, en la puerta del refrigerador y del temido momento del despertar mañanero.
Lo único que Denisse no explicó, quizás porque de tan naturalizado ya no le parece trascendente, es como, otra vez, las cargas para ella van a resultar mucho más pesadas.
De nuevo, el cuidado
La COVID-19 transformó la cotidianidad de todas las personas. Y esos cambios -en no pocos hogares y no solo en esta Isla-, tuvieron que ver directamente con las modalidades docentes a que obliga la contingencia sanitaria. La psicóloga Ana Laura Escalona, parte del equipo de los psicogrupos WhatsApp que tanto han ayudado en estos meses, ha explicado que entre los asuntos más señalados por las personas que solicitaron ese apoyo virtual se encontraban desajustes de la conducta de niñas y niños, muchas veces debido a trastornos en los horarios y rutinas de la vida en familia.
La paralización de las actividades docentes presenciales y su transferencia a las modalidades a distancia trasladó esas tareas a las familias, con todas las responsabilidades que ello implica. Además de las tensiones cotidianas del trabajo y la subsistencia, las mujeres, sobre todo, tuvieron que convertirse en coordinadoras de actividades o profesoras.
Lo confirma la también psicóloga Ana María Cano, especialista del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) desde hace más de 30 años. “En un grupo de Telegram que gestionamos desde el centro durante estos meses, donde madres y padres buscaban orientaciones diversas, salió como un indicador muy persistente que las madres siempre estaban sobrecargadas por las actividades que tenían en la casa, tanto debido a las tareas domésticas, como a la atención de sus hijas e hijos”, explicó a Cubadebate.
Las razones están ancladas en las profundas raíces patriarcales que nos signan. Las madres de esta nación caribeña continúan siendo las principales responsables de la crianza, un tema tan arraigado, tan naturalizado, que la doctora Patricia Arés reconoce que genera, incluso, “resistencias de muchas mujeres a ceder espacio al hombre en la crianza y, concomitantemente, la dificultad de muchos hombres de crearse un espacio claro para el ejercicio de una nueva paternidad”.
Así lo refleja también la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género del 2016, donde si bien se muestran pasos de avance en cuanto a las consideraciones de si cubanas y cubanos estaban en igualdad de condiciones para cuidar de los hijos, también se confirma aún una muy alta prevalencia de participación femenina en los cuidados. El 25,78 por ciento de ellas se dedica a esas tareas, mientras solo lo hace el 12,26 por ciento de los hombres, con las mayores brechas, justamente, concentradas en el apoyo escolar.
Otra psicóloga Yohanka Valdés, explicó hace pocos meses a esta columna, que la crisis sanitaria ha generado el paso de dobles a triples y hasta cuatro jornadas de trabajo para las mujeres de toda la región, donde la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ha calculado que el aporte del trabajo de cuidado al PIB nacional representa 19,5 por ciento promedio por país. Un aporte que –también a nivel latinoamericano- suele ser esencialmente femenino.
Las brechas, además, no se refieren únicamente al esfuerzo físico. Como norma, esas tareas que realizan mayormente las mujeres implican además un importante desgaste psicológico. La ENIG 2016 calculó que ellas dedican más de 21 horas semanales a planificar y asegurar la vida cotidiana, mientras los hombres emplean menos de la mitad –unas 8 horas y media semanales- en esas mismas tareas.
El aula en la sala: una mirada diferente
Para asegurar la continuidad educativa en medio de la pandemia, Cuba, otra vez, apuesta a cambiar y transformar la escuela. A llevarla a las salas de las casas, al menos por ahora. Se dice fácil, pero se trata de un esfuerzo enorme que implica al sistema educativo, los medios de comunicación y, en puesto de prioridad, a las familias.
Un estudio realizado por profesores de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana este marzo, a un año de pandemia, confirmó que si difícil resulta mantener el confinamiento en las condiciones económicas de Cuba, mucho más lo ha sido organizar el estudio en tiempos de aislamiento físico. Las teleclases y otras formas de orientación del aprendizaje no son nuevas acá, pero siguen generando resistencias en una población con altos niveles de interacción familiar y social incorporados desde el ADN nacional.
Especialistas constatan que más de la mitad de niños y niñas de la muestra de estudio –unas mil familias que solicitaron ayuda a las consejerías a distancia- ofrecía resistencia para estudiar en casa y cerca de un cinco por ciento no lograba concentrarse en las tareas escolares. No sorprende, entonces, que puertas adentro de los hogares se hayan disparado las tensiones, con especial impacto para madres o abuelas.
A juicio de Ana María Cano, ante un nuevo curso se imponen, también, nuevas interrogantes: ¿Cómo puede, cada uno de nosotros, contribuir con ese proceso? ¿Qué debemos hacer para garantizar ese sentimiento de orgullo y felicidad que nos llena cuando nuestros niños o niñas llegan a casa con buenos resultados académicos?, indaga la psicóloga del Cenesex.
“Después de mucho tiempo de aislamiento por la situación epidemiológica llega, afortunadamente, el nuevo curso escolar, una responsabilidad de maestros y educadores, pero donde un rol muy importante lo tiene la familia”, asegura la experta.
Para Cano, reiniciar las actividades docentes es una buena noticia pues implica que niñas, niños y adolescentes tengan tareas de las cuáles ocuparse, lo que ayuda a mitigar el estrés que desencadena la tensa situación epidemiológica. Pero no pierde de vista que volver a la modalidad no presencial, aunque sea por unos pocos meses, “necesita del acompañamiento de las familias para garantizar el estudio sistemático y el cumplimiento de las actividades educativas”.
“De manera muy particular queremos hacer una reflexión sobre la corresponsabilidad”, insistió en la entrevista con Cubadebate. “Quiere decir que todos y cada uno de los miembros que viven en el hogar tienen la responsabilidad de ese acompañamiento a quienes cursan la escuela”, detalló.
La combinación entre el Canal Educativo y Cinesoft junto al portal educativo Cubaeduca, con el aporte de muchos docentes e investigadores del país, llevará pizarras y tareas a las casas. Pero del lado de acá de las pantallas, se demanda, como nunca antes, de un esfuerzo de equipo.
“Es importante comunicarse en la casa, negociar, repartir las tareas, porque la educación no es solo una responsabilidad materna y en la medida en que toda la familia pueda contribuir y colaborar, eso va a significar un granito de arena más en el desarrollo y tránsito a la autonomía de niñas y niños. Debemos adquirir una conciencia de género en este sentido y que las madres no sean las únicas sobrecargadas, porque la responsabilidad de educar es tarea de todos”, precisó Cano.