Hace 45 años el yate Granma está allí. Escaleras a ambos lados de la embarcación permiten el acceso para mirarlo más de cerca, a babor y estribor. Nadie entra. Una urna de cristal y hermetizada lo protege. Hay estrictas condiciones de temperatura y humedad para su conservación.
Cuentan que los visitantes llegan con la idea de entrar a la urna, de aproximarse más, y que los museólogos, en igualdad de condiciones, les comentan que ni ellos pueden hacerlo. Se accede al yate para restaurarlo, y dicen que se hace con tanto cuidado y precisión como si se ingresara en un salón de operaciones.
Difícil es imaginarse 82 expedicionarios en un yate de recreo de 19.25 m de largo y 4.79 m de ancho, y con una capacidad máxima de 20 personas. “Los expedicionarios han contado que se tenían que turnar para sentarse”, comenta Dailyn Argüelles, comunicadora del Museo de la Revolución.
El director de la institución, José Andrés Pérez Quintana, agrega que, al haber más personas, eso “hizo bajar el calado, y le permitió al yate enfrentar con mejor resultado todo lo que le sucedió en el Caribe con las tormentas”. Habla de los inconvenientes de la travesía, el mareo, la poca alimentación, y vuelve al calado: “eso posiblemente lo salvó, porque se hace más estable”.
Cuando le preguntamos por el destino del yate Granma tras el desembarco del 2 de diciembre de 1956 en Los Cayuelos, playa Las Coloradas, Dailyn cuenta:
“El yate fue tomado por el ejército de Batista, estuvo un tiempo en un puerto, luego lo traen a la bahía de La Habana. En 1958 se lo llevan para Niquero, allí lo artillan para hacer recorridos en las costas, y al triunfo de la Revolución, cuando Fidel llega a la capital, el yate está frente a lo que es hoy el edificio de la Marina. Posteriormente lo trasladan para el río Almendares, donde estuvo unos años, hasta que en el año 1973 comienzan los primeros vestigios de su deterioro y se determina conservarlo. Así es que nace la idea del Memorial Granma, inaugurado el 1 de diciembre de 1976”.
En el memorial, otras 14 piezas pertenecientes a la lucha revolucionaria se ubican alrededor del yate que está al centro, justo frente a palacio. A estribor, hay un tractor con un lanzallamas, utilizado por Camilo Cienfuegos en el cerco al cuartel de Yaguajay. “Dicen que los guardias cuando veían aquello tirando llamas… imagínate. Por eso le pusieron ‘Dragón’”, comenta Dailyn Argüelles. Está el camión fargo “Fast Delivery”, donde se trasladaron 42 de los 50 asaltantes al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957.
Tras la popa del “Granma”, hay un jeep que los rebeldes capturaron al ejército de Batista y que utilizaba Juan Almeida Bosque en el III Frente Oriental; otro auto mediante el cual el Partido Socialista Popular trasladaba armas de La Habana a Las Villas; una camioneta Land Rover que Fidel Castro usó en la etapa final de la guerra; y el primer avión del Ejército Rebelde.
A babor, se ubica el tanque T-34, uno de los utilizados por el Comandante en Jefe durante la invasión a Playa Girón y desde el cual le disparó al buque “Houston”. Del T-34, que se abría paso entre las uvas de caleta, Fidel saltó y subió a otro blindado, un cañón autopropulsado SAU-100 (emplazado en las afueras del Museo de la Revolución), dotado de una pieza artillera de cien milímetros que espetó el proyectil que impactó en la embarcación norteamericana. “Le tiró con ambos”, reitera Dailyn.
Hay también una lancha pirata que los invasores emplearon para trasladar armas y hombres desde los buques hasta las costas de Girón. Al lado, un bombardero B-26 de matrícula norteamericana, derribado al sur de Matanzas aquel abril de 1961. En uno de los carteles que dan información de las piezas expuestas, se lee sobre este hecho:
“El cadáver de uno de sus dos tripulantes estadounidenses estuvo durante casi 19 años en Cuba, ya que los Estados Unidos no realizaron la gestión oficial para su devolución, porque de hacerla, reconocían ante el mundo su participación en la agresión a la Isla. Al ser hecha esta, los restos fueron entregados en 1979”.
Tras la llama eterna, encendida por Fidel el 19 de abril de 1989, está la rampa de lanzamiento desde donde fue disparado uno de los cohetes que derribó al avión norteamericano U-2, que violaba el espacio aéreo cubano el 27 de octubre de 1962 durante la Crisis de Octubre. Justo al lado, hay restos de la aeronave derribada. Frente a la proa del yate está el Museo de la Revolución, otrora Palacio Presidencial.
Tesoros de un palacio convertido en museo
La jefa del grupo de servicios culturales del Museo de la Revolución, Melay García Ley, cuenta que el Palacio Presidencial, de estilo ecléctico, fue construido a comienzos del siglo XX con lo mejor de la época: decoración hecha en Nueva York, pisos de mármol de carrara… “En el último piso estaba la guarnición, permanente en palacio protegiendo al presidente; en el tercero, la casa; en el segundo piso se ubicaban los salones oficiales del Estado, el despacho presidencial, el comedor; y en la planta baja, las oficinas”.
Tras el triunfo de la Revolución Cubana, mediante decreto del ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Raúl Castro Ruz, se dispuso crear el Museo de la Revolución el 12 de diciembre de 1959, cuya primera sede fue el castillo de La Punta. El 25 de julio de 1963 se realizó la primera exposición permanente en la base del Memorial José Martí. En esa fecha, y hasta 1965, el Palacio Presidencial seguía siendo la sede del gobierno revolucionario.
García Ley recuerda las palabras de Fidel el 8 de enero de 1959 en la terraza norte del edificio: “Dijo que este lugar el pueblo no lo quería, por lo que representaba de los gobiernos anteriores”. Habrá que buscar en el futuro –expresó Fidel– un uso para que el pueblo le tome cariño a este lugar. En enero de 1974, el Palacio Presidencial se convirtió en la sede del Museo de la Revolución.
Con una treintena de salas que abarcan la historia de Cuba desde la colonia, la república, guerra de liberación y el proceso revolucionario hasta el Período Especial, la instalación cuenta con alrededor de 9 000 piezas en sus fondos.
El machete de Máximo Gómez, de José Maceo; el revólver de Céspedes y el de Agramonte; la camiseta ensangrentada con que cae en combate Antonio Maceo; el fragmento de puerta donde, con su sangre a punto de morir, Eduardo García Delgado escribió el nombre de Fidel en abril de 1961; la chamarra que encontraron junto a los restos del Che en Bolivia; los espejuelos de Eduardo Chibás; un sombrero de Antonio Guiteras… “Son un total de 200 piezas, incluidas las del Memorial Granma, que se consideran tesoros, porque tienen categoría especial”, señala Melay García.
La institución se encuentra en un proceso de restauración capital desde hace varios años, con el objetivo de rescatar el valor patrimonial de los espacios e incluir las nuevas tendencias museográficas en las exposiciones. La gestión de inversión de la obra está a cargo de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, y los directivos del museo prevén que las labores concluyan para 2023.
“Con la nueva museografía va a haber cambios en algunos espacios. Hemos recuperado dos salas patrimoniales: el salón de la bandera y el comedor familiar en el tercer piso donde se encontraba la residencia presidencial.
“No dejaremos a un lado las piezas porque tienen un valor excepcional, pero incluiremos pantallas táctiles para acceder a la información, equipos para escuchar audios, juegos didácticos, con el objetivo de mantener la historia y hacerla atractiva para las nuevas generaciones”, comenta García Ley y, tras seis años dedicados al Museo de la Revolución, añade que si algo le satisface es que los jóvenes sientan la historia que guarda la institución.
–¿Qué es lo que más cautiva a los visitantes?
Para ellos este es el palacio de Batista, ver su oficina presidencial, recuerden que todo esto se recrea en la película “El padrino”, las fiestas, el obsequio del teléfono de oro a Batista…
–¿El teléfono está aquí o se lo llevó Batista?
Está aquí, porque es de un baño de oro, si fuera macizo se lo hubiera llevado. Otra cosa que les impresiona a los visitantes es la escultura de Camilo y Che, los más de 300 impactos de balas en el patio del museo, y el yate Granma.
–Y a usted, ¿qué es lo que más le impresiona del museo?
A mí me fascina entrar a los fondos, donde están muchas de las piezas que a mí me hablaron en clases y aquí las puedo tocar, saber más detalles.
–Pero una pieza en específico…
La chaqueta del Che cuando las víctimas de La Coubre, por lo que representa su figura y porque es una pieza que inmortalizó su imagen en el mundo con la foto de Korda.
Se sienten los pasos que indican el cambio de guardia. El relevo de quienes custodian el memorial y el museo se produce cada tres horas. “Donde está toda la historia”, reza un letrero a la entrada. Un palacio al que Cuba no le tenía cariño, pero aprendió a querer.